Lo
primero que hice fue aceptar la realidad de que vivimos en un mundo intoxicado.
La toxina es una sustancia elaborada por
los cuerpos vivos la cual actúa como veneno, produciendo trastornos
fisiológicos. Tales toxinas se manifiestan en términos de bacterias, hongos o
virus, los cuales son imposibles de erradicar permanentemente. Ellos siempre
están presentes. Por si fuera poco, también son difíciles de tratar y casualmente,
abundan más dentro de los centros hospitalarios. El frío detiene su crecimiento y propagación y
es por eso que los hospitales siempre mantienen la temperatura baja. Como yo
estaba recluida en una habitación que parecía un congelador, eso contribuyó a
que mi miedo se disipara.
Ya
tranquila, seguí jurungando en mi mente: ¿Qué tal de las toxinas que envenenan
la mente? ¿Qué males causan? Intenté recordar lo que había leído sobre el
particular, pero sin poder precisar los detalles.
Luego que salí del hospital me di a la tarea de indagar en la Internet sobre
ese asunto. Quedé anonadada por la gran cantidad de cosas que presuntamente
combaten las toxinas mentales: libros, folletos, guías de ejercicios, teorías
relacionadas con su formación y crecimiento, instituciones de salud, medicamentos
alternos y muchas otras cosas. Este tema
de la toxicidad mental comenzó a tomar auge durante la década de los setenta del
pasado siglo XX. Inclusive, eran los temas más utilizados en las predicaciones
en y fuera de los púlpitos de muchas de nuestras iglesias cristianas. La
teología de la prosperidad se nutrió de muchas de esas ideas. La gente era
estimulada a salir de sus toxinas mentales para lograr el éxito. Gran parte de
esos servicios y productos milagrosos para combatir las toxinas mentales son
engañosos y solamente enriquecen a quienes lo distribuyen. ¿Dónde tú crees que
abundan las personas mentalmente tóxicas? Sencillo, dentro de cualquier
estructura de poder, especialmente dentro los centros docentes, los partidos
políticos - y por supuesto, las organizaciones eclesiásticas. Las tres toxinas
mentales más comunes son los deseos desmedidos de logro, de poder y de
reconocimiento. Fíjate que empleé la palabra DESMEDIDO, porque las tres cosas
que enumeré son motivaciones válidas e importantes para la subsistencia de cualquier
organización. El pasaje bíblico sobre las tentaciones de Jesús es un magnífico
ejemplo de esas tres toxinas que Satanás
intentó inyectar en Jesús para apartarlo de su misión.
Con todo respeto, pienso que aquel desbalanceado enfoque sobre la toxicidad
mental nos causó muchos problemas a los pastores y pastoras. Por desgracia,
algunos hermanos prestaban más atención a las descabelladas ideas de los
autodenominados “expertos en conducta
humana” y casi ninguna a las disertaciones de sus pastores y pastoras, quienes elaborábamos
sus mensajes siguiendo las enseñanzas adquiridas en los centros de estudios
teológicos. Esos predicadores de pacotilla retaban abiertamente la autoridad de
sus pastores. No tan sólo eso, sino que con sus lucubraciones mentales,
trastornadas teologías y su equivocado sentido de espiritualidad trastocaban el
derecho a las personas que ansiaban disfrutar de la gracia divina.
Ahora me
provoca risa recordar algunos de los incidentes por los cuales pasé. Fueron
muchas veces que tuve que hacerles frente a esos “santísimos hermanitos” (cuyos
nombres tomé la decisión de borrar de mi mente para siempre). Ellos casi me llegaron
a sacar por el techo de la iglesia y me despertaban el monstruo de la ira,
contra el cual he tenido que luchar fuertemente toda mi vida. Confieso que como
pasa con todos los pastores novatos, yo adolecía de una buena dosis de dominio propio
y paciencia. ¡Qué muchos errores cometí en el ejercicio de mi ministerio por culpa
de esos creyentes tóxicos! Hubo momentos en que me sentí tentada a poner un
letrero en la puerta de mi oficina pastoral con el siguiente mensaje: “Hoy no
me siento con ánimo de morir por Cristo, pero sí de matar a quien que me venga
a fastidiar”. Claro que entiendo que pequé con solo pensarlo, pero eso no es
tan diferente para mí como la tentación de comerme una barra de chocolate fino
y cremoso sabiendo que hace daño a mi sistema digestivo. El asunto clave es
vencer la tentación, no de experimentarla. Por eso es que la oración del Padre
Nuestro reza: “Líbrame de la tentación”. Aquella fría noche en soledad y
acostada en mi cama del hospital reviví algunas de esas pesadas experiencias con
gente tóxica que por poco me hacen perder la salvación eterna. La autenticidad
de mi llamado pastoral y el poder del Espíritu Santo se comprueban en el hecho
de yo haber cumplido con mi deber ministerial sin llegar a la cárcel (o al
manicomio).
Antes
de que te persignes o te pongas a reprenderme los demonios que piensas pueda yo
tener por expresarme de la manera que lo hago, permíteme ofrecerte un ejemplo
que emana de la propia Biblia. Te pregunto: ¿sabes quién fue el apóstol
Pablo? Yo sé que sí, pero formulo esta
pregunta solamente con un fin didáctico. Solamente tenemos unos escritos que
nos permiten entrever cual fue su personalidad e intenciones. Yo copié algunas
de sus estrategias para lidiar con gente indeseable dentro de mi iglesia. No
siempre logré el resultado que deseaba en aquel momento, pero ahora pienso que
fue tremenda bendición que algunas personas tóxicas se fueran de la
congregación. Fueron papas podridas que Dios mismo sacó para que no
contaminaran a los verdaderos adoradores.
Volvamos
a Pablo. El Señor le dio la difícil encomienda de promover el evangelio dentro del
mundo gentil y educar a los creyentes para vivir la vida según los principios
cristianos establecidos por Jesucristo. Ya para ese tiempo operaban pequeñas
comunidades de fe, algunas dirigidas por personas poco capacitadas para ello. Una
de estas iglesias fue la de Corinto. El mismo Pablo reconoce que dentro de esa
Iglesia habían personas ignorantes, hipócritas, chismosas, contenciosas,
arrogantes, faltos de amor y muchas otras cosas como esas. ¡Ah, pero se creían santos! Según se
desprende del libro de Hechos y de las propias cartas de Pablo, esa gente
rechazaba el liderazgo de Pablo y se negaba a darle el título de apóstol por la
razón de éste no conoció físicamente a Jesús como los demás apóstoles. A esto
tenemos que añadir que Pablo también era rechazado por haberse prestado a
perseguir a los cristianos y por consentir en la muerte de algunos de ellos,
como sucedió con Esteban. Si nos vamos a lo personal, Pablo fue un hombre
formalmente educado, altamente religioso, de mente brillante, experto en
asuntos de negocios y poseedor de una personalidad fuerte y sumamente colérica.
Tales cosas creaban roña dentro de las iglesias, además de que siempre se hacía
presente la envidia y los celos. Cuando leemos sus escritos sin apasionamiento,
nos damos cuenta de que Pablo no era nada simpático. Sin embargo, Pablo tuvo
tres grandes virtudes que todos los cristianos debemos emular: fue obediente a
la misión que Dios le ordenó cumplir, fue sincero y nunca se creyó mejor que
nadie. ¿Qué hizo Pablo para lidiar con los corintios? Los confrontó cara a cara
y sin miedo alguno porque estaba claro de su llamado. Su máxima autoridad no
provenía de sus conocimientos y experiencias humanas, sino del poder del
evangelio de Jesucristo. Sin embargo, tampoco permitió que la gente lo
minimizara. Sencillamente puso sus conocimientos y experiencias seculares en la
justa perspectiva. Pablo dejó meridianamente establecido que él no fue llamado
para agradar a los oídos de sus oyentes, mucho menos para aliarse a los líderes
de iglesias que no sabían ni establecer un plan para expandir el evangelio.
Ya
casi dormida aquella noche, me asaltó un último pensamiento que me desveló: ¿y
qué de las toxinas espirituales? Concuerdo contigo de que eso suena como un
gran disparate. Sin embargo, nada pierdo con dar a conocer esta idea, la cual
tienes todo el derecho de refutar o criticar. A simple vista no hay nada nuevo
en ese pensamiento. Afirmo, no rechazo, que parece estar presente la teología basada
en la postura filosófica de Aristóteles (alma, cuerpo y espíritu), de la que perdí
interés hace mucho tiempo. Considero al ser humano como una sola unidad
totalmente indivisible, tal como lo es Dios en sus tres personas. Acepto que se
divida solamente para fines de estudiar y tratar las condiciones de salud del
ser humano. Los médicos atienden su parte fisiológica. Los científicos de la
conducta humana atienden su mente. Los pastores, sacerdotes, rabinos y otros
líderes religiosos atienden su parte espiritual. El problema es que muy pocas
veces logran que nosotros, los simples mortales, alcancemos la salud que
añoramos. Cada cual va por su lado. Tampoco el pensamiento sobre la
indivisibilidad del ser humano es nuevo. Ha habido intentos de cambio, pero nos
seguimos negando a aplicar un enfoque holístico en los programas de salud. Voy
más lejos al declarar que tendemos a minimizar algunos tratamientos sobre
otros. Por ejemplo, hay personas le restan importancia a lo espiritual. Tienen
la idea de que eso es un asunto muy personal. Por esa causa, la religión se ha
tornado individualista. Como consecuencia, no recibimos el tratamiento espiritual
adecuado, lo que limita el proceso de alcanzar la salud integral. Creo que
tenemos que luchar con más ahínco para cambiar ese enfoque. Lo que vemos,
escuchamos y leemos diariamente evidencian el alto nivel de toxinas
espirituales que existe en el mundo entero. Ellas son muy diferentes a las
fisiológicas y mentales y, por desgracia, más letales. Tales toxinas producen lo
que llamo “dermatitis espiritual”. Definitivamente, todos nosotros sufrimos de
este mal. A continuación defiendo mi idea con una ilustración.
Padezco
de muchos trastornos fisiológicos, razón por la cual mi hermana Sofy, en son de
broma, me ha bautizado como basura genética. Uno de mis padecimientos es la
dermatitis. La dermatitis siempre está
latente y he tenido que aprender a reconocer cuándo recibo un ataque de la
misma. No me produce dolor alguno, sino una picazón que parece inofensiva. El
instinto normal me lleva a rascarme, lo que me ocasiona cierto placer. El
problema para los rasquiñosos (nombre popular que nos dan a las personas que
sufrimos de dermatitis) es que esa picazón va incrementando a más uno se rasca,
lo que produce que la piel se abra y comience a supurar y a arder. Es algo
desesperante y hasta humillante. Si no se atiende apropiadamente, nos
sobrevienen infecciones serias. No existe cura permanente para la misma y no se
transmite por contacto. No es algo deseable tener un rasquiñoso a nuestro lado.
Tengo la impresión de que el apóstol Pablo también sufrió de ese mal, el cual
denominó como “un aguijón en su carne”. Otro ejemplo lo encontramos en el
personaje de Job, quien sufrió una severa dermatitis a causa de las múltiples y
difíciles situaciones que tuvo que enfrentar. La Biblia atestigua que se
rascaba hasta con los tiestos. En mi caso en particular, los factores
exacerbantes son los cambios bruscos de temperatura, fuertes ataques de
ansiedad, baja en las defensas del cuerpo y las picadas de insectos. Como
pueden notar, no siempre puedo evitarlos. La manera más rápida de contrarrestar
sus ataques es mediante el uso de la cortisona. Ese medicamento tiene unos efectos
secundarios muy peligrosos y puede afectar los huesos y el corazón. Por esa
causa solamente lo utilizo en casos extremos. He recurrido a emplear otros remedios
menos agresivos, pero que no causan daño al resto mi cuerpo. El problema es que
ese tratamiento alterno requiere tiempo
y disciplina.
La
dermatitis espiritual es semejante a esa dermatitis fisiológica. No produce
dolor, por el contrario, tiende a ser placentera en un principio. Todos los
seres humanos la heredamos de nuestros padres, aunque no todos son afectados
con la misma intensidad. Es exacerbada por factores que suelen ser
imperceptibles a los ojos de la gente. Contrario a la dermatitis fisiológica,
hace siglos que sabemos cuál es su origen y la razón por la cual se propaga de
generación en generación. Sin embargo, no queremos aceptar esa verdad. ¿A qué
me refiero? Hablo de la DESOBEDIENCIA.
La
desobediencia no es ni una toxina fisiológica, como tampoco mental. Es un ente puramente
espiritual y la esencia misma del PECADO. Es una rebeldía o la acción de
incumplir con la LEY establecida por Dios. Es la que evita que alcancemos una
vida abundante. Nos impide que demos al blanco de nuestra soberana vocación, la
cual consiste en conocer a Dios y descubrir la razón por la cual estamos en
este mundo. La LEY que evadimos se resume en dos grandes mandamientos: todo ser
humano tiene que amar a Dios sobre todas las cosas tangibles e intangibles y a
su prójimo como a sí mismo.
No
busquemos las cinco patas al gato, hagamos caso de lo que dice la Biblia, lo
que se confirma en la misma naturaleza humana. No fue Dios quien implantó la
desobediencia en la vida humana, sino SATANÁS, y lo hizo con el permiso de nuestros
primeros padres. Satanás, quien es un adicto a la desobediencia, le dio a
probar esa “droga” a nuestros primeros padres, la cual les proporcionó un estado mental
delicioso. Hizo el trabajo de las drogas alucinógenas que tanto daño producen a
la humanidad. Satanás llevó a nuestros primeros padres al quinto cielo y los
hizo sentir como dioses. De inmediato, la desobediencia hizo su trabajo, desarrolló
los tóxicos que producen la dermatitis espiritual. ¡Desgarrador es nuestro
caso! Nuestros primeros padres nos convirtieron en adictos a la “droga” de la desobediencia.
El asunto es que esa droga nos agrada. ¡Nos encanta la rasquiña que produce! ¿Estoy
loca? No lo creo.
En
torno a los tóxicos más potentes que produce la desobediencia, los más destructivos lo son el miedo, el odio
y los delirios de grandeza. La Biblia
dice que tan pronto nuestros primeros padres pecaron, sintieron miedo, por lo
que intentaron cubrir sus cuerpos. Nosotros somos seres cobardes por naturaleza
y por eso vivimos escondiéndonos aún de nosotros mismos. Después del miedo, el
odio hizo su aparición. ¿Por qué está escrito que Caín mató a su hermano Abel?
Aquí lo importante es destacar la toxina del odio. Olvídate de las razones que
existen para que se manifieste. Algunas son bien ridículas. ¿Y qué me dices de
los delirios de grandeza? El pasaje que aparece en Génesis capítulo 11 lo deja
entrever (aunque los exégetas afirmen que dicho pasaje trata de explicar el
origen de las lenguas). Esos tres elementos tóxicos nos llevan a la destrucción.
Las guerras, las invasiones y las revoluciones armadas son vivos ejemplos de lo
que digo. Todos sufrimos sus efectos. ¡Ah, pero nos sigue gustando la droga de
la desobediencia! Nos gusta experimentar la rasquiña que producen sus tóxicos.
Dime si no tengo la razón. Nos encanta llegar a la cima del éxito, nos gusta
que nos ensalcen y nos enumeren todos nuestros buenos atributos, pero odiamos
cuando alguien nos desnuda y descubre que somos cobardes, embusteros,
engañadores, prepotentes, egoístas, amadores de nosotros mismos, orgullosos,
arrogantes, corruptos y miles de cosas por el estilo. ¿Qué me dices ahora?
Cuando
terminé de preparar esta reflexión, quedé sin fuerzas y totalmente confundida.
Oré y me refugié en la Biblia para buscar alivio a mi virulento ataque de
dermatitis espiritual. Leyendo uno que
otro pasaje, sobre todo en los salmos, comprendí nuestra miseria. Nos creemos
que somos gran cosa y en realidad no somos nadie sin la gracia y el amor de
Dios. Ahora entendía mejor la teología expuesta por el apóstol Pablo en la
Carta a los Romanos. El pecado mora en nosotros (la dermatitis espiritual) y
nos lleva a hacer lo que no queremos e impide que hagamos lo que sí queremos y
resulta de beneficio para todo el mundo. Por tanto, tenemos que aferrarnos a
Cristo y emplear el poder del Espíritu Santo para que nos ayude a combatirla.
No debemos permitir que nos siga consumiendo. Tenemos el remedio, pero no se
trata de una fórmula mágica. Hablo de practicar el verdadero seguimiento a Cristo.
No es asunto de convertirnos en personas religiosas. La religión que no libera
es un opio, una droga cualquiera. Ese es el camino más fácil de seguir, nadie
es perseguido por ello. Ser religioso es fácil. Lo difícil es negarnos a nosotros
mismos y aceptar la voluntad de Dios, nos guste o no. Nos requiere abandonar la
comodidad que nos hace mirar hacia el otro lado cuando hay que hacer algo
productivo. Se trata de abandonar la indiferencia ante las injusticias que se
cometen en el mundo. Abandonar nuestra posición de jueces y dejar de condenar a
nuestros hermanos porque no se comportan según nuestro código moral. Abandonar
nuestra actitud de superioridad frente a los menos favorecidos. Señalar la
corrupción y las componendas que llevan a cabo los dirigentes de las
organizaciones aunque eso signifique perder sus favores. Abandonar el discrimen
en todas sus manifestaciones. Dejar la tendencia de crear agendas escondidas
con el fin de alcanzar nuestro propio provecho. Hablar la verdad aún cuando uno
sabe que va a ser perseguido. Exigir respeto y luchar por la dignidad humana.
1 comment:
Genial, sabemos el dolor de los 8 días en el hospital, pero, si este escrito era el propósito de Dios, a Él sea la gloria.
Inés, que el Señor te bendiga grandemente.
Por favor, continúa escribiendo.
Quique
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