Monday, January 27, 2014

¡HAY QUE ATENDER LA DERMATITIS ESPIRITUAL!

Semanas atrás tuve la desagradable experiencia de ser hospitalizada nuevamente. Gracias a la misericordia de Dios, no fue nada grave. Las experiencias que viví durante los ocho días que estuve hospitalizada fueron muy desagradables, pero sirvieron sus propósitos. A medida que mi cuerpo se recuperaba, aumentaban mis deseos por salir de aquel hospital. Entiendo que eso le pasa a todo el mundo. En mi caso, la ansiedad aumentó cuando una noche caí en cuenta que estaba en un lugar saturado de toxinas. Recordé los casos de personas que conocí, quienes entraron a los hospitales para atenderse unos simples problemas de salud y terminaron en la morgue porque adquirieron una bacteria que no pudo ser combatida. ¡Poco me faltó para salir corriendo de aquella habitación! Me detuve porque recordé que tenía tubos conectados a mi cuerpo. Cada vez que aspiraba aire, sentía que se me metía una toxina. El miedo es diabólico y puede llevarnos a la desesperación si no sabemos controlarlo. En fin, para desviar mi mente de ese asunto esa fatídica noche, además de orar, me puse a analizar todo lo relacionado con las toxinas. Pensé en lo que dijo Jesucristo de que el conocimiento de la verdad nos hace libres.

Lo primero que hice fue aceptar la realidad de que vivimos en un mundo intoxicado.  La toxina es una sustancia elaborada por los cuerpos vivos la cual actúa como veneno, produciendo trastornos fisiológicos. Tales toxinas se manifiestan en términos de bacterias, hongos o virus, los cuales son imposibles de erradicar permanentemente. Ellos siempre están presentes. Por si fuera poco, también son difíciles de tratar y casualmente, abundan más dentro de los centros hospitalarios.  El frío detiene su crecimiento y propagación y es por eso que los hospitales siempre mantienen la temperatura baja. Como yo estaba recluida en una habitación que parecía un congelador, eso contribuyó a que mi miedo se disipara. 


Ya tranquila, seguí jurungando en mi mente: ¿Qué tal de las toxinas que envenenan la mente? ¿Qué males causan? Intenté recordar lo que había leído sobre el particular, pero sin poder  precisar los detalles. Luego que salí del hospital me di a la tarea de indagar en la Internet sobre ese asunto. Quedé anonadada por la gran cantidad de cosas que presuntamente combaten las toxinas mentales: libros, folletos, guías de ejercicios, teorías relacionadas con su formación y crecimiento, instituciones de salud, medicamentos alternos  y muchas otras cosas. Este tema de la toxicidad mental comenzó a tomar auge durante la década de los setenta del pasado siglo XX. Inclusive, eran los temas más utilizados en las predicaciones en y fuera de los púlpitos de muchas de nuestras iglesias cristianas. La teología de la prosperidad se nutrió de muchas de esas ideas. La gente era estimulada a salir de sus toxinas mentales para lograr el éxito. Gran parte de esos servicios y productos milagrosos para combatir las toxinas mentales son engañosos y solamente enriquecen a quienes lo distribuyen. ¿Dónde tú crees que abundan las personas mentalmente tóxicas? Sencillo, dentro de cualquier estructura de poder, especialmente dentro los centros docentes, los partidos políticos - y por supuesto, las organizaciones eclesiásticas. Las tres toxinas mentales más comunes son los deseos desmedidos de logro, de poder y de reconocimiento. Fíjate que empleé la palabra DESMEDIDO, porque las tres cosas que enumeré son motivaciones válidas e importantes para la subsistencia de cualquier organización. El pasaje bíblico sobre las tentaciones de Jesús es un magnífico ejemplo de esas tres toxinas que  Satanás intentó inyectar en Jesús para apartarlo de su misión.  
Con todo respeto, pienso que  aquel desbalanceado enfoque sobre la toxicidad mental nos causó muchos problemas a los pastores y pastoras. Por desgracia, algunos hermanos prestaban más atención a las descabelladas ideas de los autodenominados  “expertos en conducta humana” y casi ninguna a las disertaciones de sus pastores y pastoras, quienes elaborábamos sus mensajes siguiendo las enseñanzas adquiridas en los centros de estudios teológicos. Esos predicadores de pacotilla retaban abiertamente la autoridad de sus pastores. No tan sólo eso, sino que con sus lucubraciones mentales, trastornadas teologías y su equivocado sentido de espiritualidad trastocaban el derecho a las personas que ansiaban disfrutar de la gracia divina.
Ahora me provoca risa recordar algunos de los incidentes por los cuales pasé. Fueron muchas veces que tuve que hacerles frente a esos “santísimos hermanitos” (cuyos nombres tomé la decisión de borrar de mi mente para siempre). Ellos casi me llegaron a sacar por el techo de la iglesia y me despertaban el monstruo de la ira, contra el cual he tenido que luchar fuertemente toda mi vida. Confieso que como pasa con todos los pastores novatos, yo adolecía de una buena dosis de dominio propio y paciencia. ¡Qué muchos errores cometí en el ejercicio de mi ministerio por culpa de esos creyentes tóxicos! Hubo momentos en que me sentí tentada a poner un letrero en la puerta de mi oficina pastoral con el siguiente mensaje: “Hoy no me siento con ánimo de morir por Cristo, pero sí de matar a quien que me venga a fastidiar”. Claro que entiendo que pequé con solo pensarlo, pero eso no es tan diferente para mí como la tentación de comerme una barra de chocolate fino y cremoso sabiendo que hace daño a mi sistema digestivo. El asunto clave es vencer la tentación, no de experimentarla. Por eso es que la oración del Padre Nuestro reza: “Líbrame de la tentación”. Aquella fría noche en soledad y acostada en mi cama del hospital reviví algunas de esas pesadas experiencias con gente tóxica que por poco me hacen perder la salvación eterna. La autenticidad de mi llamado pastoral y el poder del Espíritu Santo se comprueban en el hecho de yo haber cumplido con mi deber ministerial sin llegar a la cárcel (o al manicomio).

Antes de que te persignes o te pongas a reprenderme los demonios que piensas pueda yo tener por expresarme de la manera que lo hago, permíteme ofrecerte un ejemplo que emana de la propia Biblia. Te pregunto: ¿sabes quién fue el apóstol Pablo?  Yo sé que sí, pero formulo esta pregunta solamente con un fin didáctico. Solamente tenemos unos escritos que nos permiten entrever cual fue su personalidad e intenciones. Yo copié algunas de sus estrategias para lidiar con gente indeseable dentro de mi iglesia. No siempre logré el resultado que deseaba en aquel momento, pero ahora pienso que fue tremenda bendición que algunas personas tóxicas se fueran de la congregación. Fueron papas podridas que Dios mismo sacó para que no contaminaran a los verdaderos adoradores.

Volvamos a Pablo. El Señor le dio la difícil encomienda de promover el evangelio dentro del mundo gentil y educar a los creyentes para vivir la vida según los principios cristianos establecidos por Jesucristo. Ya para ese tiempo operaban pequeñas comunidades de fe, algunas dirigidas por personas poco capacitadas para ello. Una de estas iglesias fue la de Corinto. El mismo Pablo reconoce que dentro de esa Iglesia habían personas ignorantes, hipócritas, chismosas, contenciosas, arrogantes, faltos de amor y muchas otras cosas como esas.  ¡Ah, pero se creían santos! Según se desprende del libro de Hechos y de las propias cartas de Pablo, esa gente rechazaba el liderazgo de Pablo y se negaba a darle el título de apóstol por la razón de éste no conoció físicamente a Jesús como los demás apóstoles. A esto tenemos que añadir que Pablo también era rechazado por haberse prestado a perseguir a los cristianos y por consentir en la muerte de algunos de ellos, como sucedió con Esteban. Si nos vamos a lo personal, Pablo fue un hombre formalmente educado, altamente religioso, de mente brillante, experto en asuntos de negocios y poseedor de una personalidad fuerte y sumamente colérica. Tales cosas creaban roña dentro de las iglesias, además de que siempre se hacía presente la envidia y los celos. Cuando leemos sus escritos sin apasionamiento, nos damos cuenta de que Pablo no era nada simpático. Sin embargo, Pablo tuvo tres grandes virtudes que todos los cristianos debemos emular: fue obediente a la misión que Dios le ordenó cumplir, fue sincero y nunca se creyó mejor que nadie. ¿Qué hizo Pablo para lidiar con los corintios? Los confrontó cara a cara y sin miedo alguno porque estaba claro de su llamado. Su máxima autoridad no provenía de sus conocimientos y experiencias humanas, sino del poder del evangelio de Jesucristo. Sin embargo, tampoco permitió que la gente lo minimizara. Sencillamente puso sus conocimientos y experiencias seculares en la justa perspectiva. Pablo dejó meridianamente establecido que él no fue llamado para agradar a los oídos de sus oyentes, mucho menos para aliarse a los líderes de iglesias que no sabían ni establecer un plan para expandir el evangelio.

Ya casi dormida aquella noche, me asaltó un último pensamiento que me desveló: ¿y qué de las toxinas espirituales? Concuerdo contigo de que eso suena como un gran disparate. Sin embargo, nada pierdo con dar a conocer esta idea, la cual tienes todo el derecho de refutar o criticar. A simple vista no hay nada nuevo en ese pensamiento. Afirmo, no rechazo, que parece estar presente la teología basada en la postura filosófica de Aristóteles (alma, cuerpo y espíritu), de la que perdí interés hace mucho tiempo. Considero al ser humano como una sola unidad totalmente indivisible, tal como lo es Dios en sus tres personas. Acepto que se divida solamente para fines de estudiar y tratar las condiciones de salud del ser humano. Los médicos atienden su parte fisiológica. Los científicos de la conducta humana atienden su mente. Los pastores, sacerdotes, rabinos y otros líderes religiosos atienden su parte espiritual. El problema es que muy pocas veces logran que nosotros, los simples mortales, alcancemos la salud que añoramos. Cada cual va por su lado. Tampoco el pensamiento sobre la indivisibilidad del ser humano es nuevo. Ha habido intentos de cambio, pero nos seguimos negando a aplicar un enfoque holístico en los programas de salud. Voy más lejos al declarar que tendemos a minimizar algunos tratamientos sobre otros. Por ejemplo, hay personas le restan importancia a lo espiritual. Tienen la idea de que eso es un asunto muy personal. Por esa causa, la religión se ha tornado individualista. Como consecuencia, no recibimos el tratamiento espiritual adecuado, lo que limita el proceso de alcanzar la salud integral. Creo que tenemos que luchar con más ahínco para cambiar ese enfoque. Lo que vemos, escuchamos y leemos diariamente evidencian el alto nivel de toxinas espirituales que existe en el mundo entero. Ellas son muy diferentes a las fisiológicas y mentales y, por desgracia, más letales. Tales toxinas producen lo que llamo “dermatitis espiritual”. Definitivamente, todos nosotros sufrimos de este mal. A continuación defiendo mi idea con una ilustración.

Padezco de muchos trastornos fisiológicos, razón por la cual mi hermana Sofy, en son de broma, me ha bautizado como basura genética. Uno de mis padecimientos es la dermatitis.  La dermatitis siempre está latente y he tenido que aprender a reconocer cuándo recibo un ataque de la misma. No me produce dolor alguno, sino una picazón que parece inofensiva. El instinto normal me lleva a rascarme, lo que me ocasiona cierto placer. El problema para los rasquiñosos (nombre popular que nos dan a las personas que sufrimos de dermatitis) es que esa picazón va incrementando a más uno se rasca, lo que produce que la piel se abra y comience a supurar y a arder. Es algo desesperante y hasta humillante. Si no se atiende apropiadamente, nos sobrevienen infecciones serias. No existe cura permanente para la misma y no se transmite por contacto. No es algo deseable tener un rasquiñoso a nuestro lado. Tengo la impresión de que el apóstol Pablo también sufrió de ese mal, el cual denominó como “un aguijón en su carne”. Otro ejemplo lo encontramos en el personaje de Job, quien sufrió una severa dermatitis a causa de las múltiples y difíciles situaciones que tuvo que enfrentar. La Biblia atestigua que se rascaba hasta con los tiestos. En mi caso en particular, los factores exacerbantes son los cambios bruscos de temperatura, fuertes ataques de ansiedad, baja en las defensas del cuerpo y las picadas de insectos. Como pueden notar, no siempre puedo evitarlos. La manera más rápida de contrarrestar sus ataques es mediante el uso de la cortisona. Ese medicamento tiene unos efectos secundarios muy peligrosos y puede afectar los huesos y el corazón. Por esa causa solamente lo utilizo en casos extremos. He recurrido a emplear otros remedios menos agresivos, pero que no causan daño al resto mi cuerpo. El problema es que ese tratamiento alterno  requiere tiempo y disciplina.  

La dermatitis espiritual es semejante a esa dermatitis fisiológica. No produce dolor, por el contrario, tiende a ser placentera en un principio. Todos los seres humanos la heredamos de nuestros padres, aunque no todos son afectados con la misma intensidad. Es exacerbada por factores que suelen ser imperceptibles a los ojos de la gente. Contrario a la dermatitis fisiológica, hace siglos que sabemos cuál es su origen y la razón por la cual se propaga de generación en generación. Sin embargo, no queremos aceptar esa verdad. ¿A qué me refiero? Hablo de la DESOBEDIENCIA.

La desobediencia no es ni una toxina fisiológica, como tampoco mental. Es un ente puramente espiritual y la esencia misma del PECADO. Es una rebeldía o la acción de incumplir con la LEY establecida por Dios. Es la que evita que alcancemos una vida abundante. Nos impide que demos al blanco de nuestra soberana vocación, la cual consiste en conocer a Dios y descubrir la razón por la cual estamos en este mundo. La LEY que evadimos se resume en dos grandes mandamientos: todo ser humano tiene que amar a Dios sobre todas las cosas tangibles e intangibles y a su prójimo como a sí mismo.  
No busquemos las cinco patas al gato, hagamos caso de lo que dice la Biblia, lo que se confirma en la misma naturaleza humana. No fue Dios quien implantó la desobediencia en la vida humana, sino SATANÁS, y lo hizo con el permiso de nuestros primeros padres. Satanás, quien es un adicto a la desobediencia, le dio a probar esa “droga” a nuestros primeros padres,  la cual les proporcionó un estado mental delicioso. Hizo el trabajo de las drogas alucinógenas que tanto daño producen a la humanidad. Satanás llevó a nuestros primeros padres al quinto cielo y los hizo sentir como dioses. De inmediato, la desobediencia hizo su trabajo, desarrolló los tóxicos que producen la dermatitis espiritual. ¡Desgarrador es nuestro caso! Nuestros primeros padres nos convirtieron en adictos a la “droga” de la desobediencia. El asunto es que esa droga nos agrada. ¡Nos encanta la rasquiña que produce! ¿Estoy loca? No lo creo.

En torno a los tóxicos más potentes que produce la desobediencia,  los más destructivos lo son el miedo, el odio y los delirios de grandeza.  La Biblia dice que tan pronto nuestros primeros padres pecaron, sintieron miedo, por lo que intentaron cubrir sus cuerpos. Nosotros somos seres cobardes por naturaleza y por eso vivimos escondiéndonos aún de nosotros mismos. Después del miedo, el odio hizo su aparición. ¿Por qué está escrito que Caín mató a su hermano Abel? Aquí lo importante es destacar la toxina del odio. Olvídate de las razones que existen para que se manifieste. Algunas son bien ridículas. ¿Y qué me dices de los delirios de grandeza? El pasaje que aparece en Génesis capítulo 11 lo deja entrever (aunque los exégetas afirmen que dicho pasaje trata de explicar el origen de las lenguas). Esos tres elementos tóxicos nos llevan a la destrucción. Las guerras, las invasiones y las revoluciones armadas son vivos ejemplos de lo que digo. Todos sufrimos sus efectos. ¡Ah, pero nos sigue gustando la droga de la desobediencia! Nos gusta experimentar la rasquiña que producen sus tóxicos. Dime si no tengo la razón. Nos encanta llegar a la cima del éxito, nos gusta que nos ensalcen y nos enumeren todos nuestros buenos atributos, pero odiamos cuando alguien nos desnuda y descubre que somos cobardes, embusteros, engañadores, prepotentes, egoístas, amadores de nosotros mismos, orgullosos, arrogantes, corruptos y miles de cosas por el estilo. ¿Qué me dices ahora?

Cuando terminé de preparar esta reflexión, quedé sin fuerzas y totalmente confundida. Oré y me refugié en la Biblia para buscar alivio a mi virulento ataque de dermatitis espiritual.  Leyendo uno que otro pasaje, sobre todo en los salmos, comprendí nuestra miseria. Nos creemos que somos gran cosa y en realidad no somos nadie sin la gracia y el amor de Dios. Ahora entendía mejor la teología expuesta por el apóstol Pablo en la Carta a los Romanos. El pecado mora en nosotros (la dermatitis espiritual) y nos lleva a hacer lo que no queremos e impide que hagamos lo que sí queremos y resulta de beneficio para todo el mundo. Por tanto, tenemos que aferrarnos a Cristo y emplear el poder del Espíritu Santo para que nos ayude a combatirla. No debemos permitir que nos siga consumiendo. Tenemos el remedio, pero no se trata de una fórmula mágica. Hablo de practicar el verdadero seguimiento a Cristo. No es asunto de convertirnos en personas religiosas. La religión que no libera es un opio, una droga cualquiera. Ese es el camino más fácil de seguir, nadie es perseguido por ello. Ser religioso es fácil. Lo difícil es negarnos a nosotros mismos y aceptar la voluntad de Dios, nos guste o no. Nos requiere abandonar la comodidad que nos hace mirar hacia el otro lado cuando hay que hacer algo productivo. Se trata de abandonar la indiferencia ante las injusticias que se cometen en el mundo. Abandonar nuestra posición de jueces y dejar de condenar a nuestros hermanos porque no se comportan según nuestro código moral. Abandonar nuestra actitud de superioridad frente a los menos favorecidos. Señalar la corrupción y las componendas que llevan a cabo los dirigentes de las organizaciones aunque eso signifique perder sus favores. Abandonar el discrimen en todas sus manifestaciones. Dejar la tendencia de crear agendas escondidas con el fin de alcanzar nuestro propio provecho. Hablar la verdad aún cuando uno sabe que va a ser perseguido. Exigir respeto y luchar por la dignidad humana.

Es muy cierto que en este mundo nunca lograremos erradicar las toxinas que nos provocan la dermatitis espiritual, pero si seguimos el tratamiento que el Señor nos ofrece, es de seguro que reduciremos al mínimo sus estragos y entraremos a la vida venidera donde disfrutaremos de sanidad total. Nuestro mundo está muy enfermo y es importante que le permitamos al Señor sanarnos a nosotros mismos para ser instrumentos de sanidad para los demás.  ¡Que así nos ayude Dios!

1 comment:

Quique said...

Genial, sabemos el dolor de los 8 días en el hospital, pero, si este escrito era el propósito de Dios, a Él sea la gloria.
Inés, que el Señor te bendiga grandemente.
Por favor, continúa escribiendo.
Quique