Thursday, May 31, 2012

Lo bello, lo útil y lo perdurable


Tenía en una de mis mesitas de noche una pequeña vasija de barro de poco valor y muy poca utilidad. Aunque una de mis hijas insistía que no pegaba para nada con el resto de la decoración, me la encontraba bonita y no quería descartarla. Mi difunto esposo la utilizaba para poner dentro de ella el control del acondicionador de aire. Días atrás al levantarme, le di un codazo, cayó al piso y se partió en dos mitades casi simétricas. Sentí tristeza por el valor sentimental que hasta ese momento la había asignado a mi vasijita. Mi primera reacción fue pegar las dos partes y, de esa manera, conservarla. No obstante, me quedé pensando que siempre se notaría la rotura, lo que la convertiría en una vasija rota e inservible. Sin más ni más, la eché de inmediato al zafacón. ¿Por qué aferrarme a una cosa que ya no se iba a ver tan bonita como antes ni tendría utilidad alguna? Me di cuenta que los seres humanos siempre estamos en la disyuntiva de escoger entre lo útil, lo bello y la seguridad. Precisamente, el trabajo de un arquitecto consiste en eso. La arquitectura se define como el arte y la ciencia de proyectar y diseñar edificaciones que forman el entorno humano. Ella descansa en tres principios básicos: la belleza, la utilidad y la firmeza.[i]

Los humanos, especialmente los occidentales, tendemos a prestarle mayor atención a lo material y menos a lo que realmente tiene valor. Considera esto: lo material es efímero y se puede perder en cuestión de segundos por múltiples causas.  Hemos visto con horror sucesos de la naturaleza que han marcado la vida de millones de personas; tsunamis, terremotos, huracanes, inundaciones, sequías y otras catástrofes naturales han cobrado muchas vidas humanas y dejado a otros en la extrema pobreza y a personas marcadas de por vida. La misma muerte nos sorprende sin que podamos hacer nada para evitarlo. Todos estamos expuestos a perder cosas y aunque es algo natural, nos duele.  Por eso nuestra mirada tiene que estar puesta en las cosas que no se ven porque son eternas, como bien indica el propio Jesucristo al referirse al afán y la ansiedad que sentimos por poseer cosas materiales  (Lucas 12:1-34). Lo anterior no invalida el hecho de que tenemos que cuidar las cosas materiales que Dios nos permite tener.   

Cuando la economía estaba floreciente, la gente le prestó mucha más atención a lo bello y menos a lo útil o duradero. Voy más lejos al decir que en ocasiones cambiamos autos y muebles por el simple hecho de que ya no estaban de moda. Cambiábamos el auto cada tres años para evitarnos los viajes al mecánico. La publicidad tuvo mucho que ver en este asunto, gran estimulante de  nuestra mentalidad consumista. El dinero fluía normalmente. Aún a personas que conocemos sobre el funcionamiento de la economía, restamos importancia al factor de costo/beneficio. En cuestión de pocos años vimos como el precio de los activos inmuebles comenzó a elevarse a las nubes, ya que la demanda se hizo mayor que la oferta. Dado que los terrenos adquirieron un valor exorbitante, los desarrolladores no tuvieron otra opción que construir casas costosas. Los bancos se prestaron a financiar esas casas sin pronto, otorgando primeras y segundas hipotecas en una misma transacción, sin prestarle mucha atención al factor riesgo. La gente se dejó llevar por lo que veían sus ojos, casas modelos decoradas esplendorosamente y al parecer los ofrecimientos de financiamiento parecían fabulosos. El arrendamiento de auto se hizo la orden del día, única manera de adquirir autos de lujo con prontos bajos. Las tiendas de enseres eléctricos y muebles se inventaron la fórmula CERO (0 pronto pago, 0 intereses, 0 pago por doce, 18, 24 y hasta 36 meses). A los bancos no le temblaban las manos para otorgar préstamos y dar tarjetas de crédito. Los resultados negativos de esas decisiones los estamos viendo en este tiempo. La crisis económica es mundial y aún las grandes corporaciones que fueron iconos en al ambiente económico la hemos visto desaparecer. Se desató una reacción en cadena que parece no tener fin sencillamente porque obviamos las enseñanzas bíblicas. Bien lo dijo el profeta Oseas hace muchos siglos atrás: “Mi pueblo no tiene conocimiento, por eso ha sido destruido” (4:6).

Son cada día más las personas que se ven imposibilitadas de cubrir sus obligaciones  financieras. Muchas de ellas han perdido sus empleos por cierre de operaciones de negocios o por causa del achicamiento de las empresas. Aún los gobiernos se han visto en la obligación de despedir empleados para ajustar presupuestos. La inflación no va a la par con la recesión, lo que causa que el valor real del dinero sea cada día menor. Todo eso desencadena una serie de otros males sociales como lo es la criminalidad. La gente se niega a deshacerse de las cosas que valora y prefiere seguir viviendo como si nada pasara. Toman a diario la peor decisión que existe: no hacer nada. Algunos cristianos aplican de forma irresponsable el mandato dado por Dios que lee: “Estad quietos y reconoced que yo soy Dios” (Salmo 46ª). Estarse quietos no es un mandato a la inacción, sino un mandato a la reflexión guiado por los más altos principios humanos. La situación económica actual nos debe hacer reflexionar sobre la relación que existe entre lo bello, lo útil y lo estable. Es tiempo de que hagamos un análisis de fuerza para ponderar el valor de nuestras posesiones que transcienden el precio nominal de las cosas materiales. Por ejemplo, intentar mantener una casa que no podemos pagar es ignorar que una casa no es sinónimo de un hogar. El dinero paga la casa, pero no provee la paz que se debe respirarse dentro de ella. No niego que es bueno tener un auto de último modelo, pero un auto menos costoso y más viejo nos lleva a los mismos lugares. Es delicioso comer en un restaurant gourmet, pero es mejor comer en un restaurant “come y vete” si disfrutamos de buena compañía. Es esplendoroso poder comprar ropa en boutiques, pero es mejor todavía aprovecharse de los especiales y aprender a vestirse bien con poco dinero.

Cuando intentamos seguir con nuestro estilo de vida en momentos de crisis económica es hacer lo mismo que yo intentaba hacer con la pequeña vasija que se me cayó y rompió. Es ponerle un remiendo a algo que siempre dejará notar su rotura y no servirá para nada. Dios le ha dado a todo ser humano la capacidad para reponerse de las adversidades. Bajar de nivel económico no implica que uno tenga que bajar de nivel moral e intelectual. Les doy un secreto: esos bajones son maravillosos cuando uno se pone en las manos del Señor porque podemos ver su mano protectora en todo momento. En ocasiones, hay que perder para ganar. Los pequeños fracasos son los peldaños de nuestra victoria final. Comienza a hacer ajustes. No es hora de pensar en cómo aumentar tus ganancias, sino de qué ajustes debo hacer hasta que pase el huracán de la adversidad. Verás y te sorprenderás de lo rápido que pasa.

 Te invito a que leas la promesa que el Señor me dio y que se ha hecho realidad para mi vida y para la vida de todas aquellas personas que las escuchan. La misma se encuentra en el libro de Amós: “El día viene en que levantaré la caída choza de David. Taparé sus brechas, levantaré sus ruinas y la reconstruiré tal como fue en los tiempos pasados, para que lo que quede de Edom y toda nación que me ha pertenecido vuelva a ser posesión de Israel. El Señor ha dado su palabra, y la cumplirá” (9:11-12).  Puesto en palabras simples: El Señor no abandona a aquellos que lo invocan en los tiempos de angustia. Siempre le llega el tiempo de la restauración, pero más bello aún, el futuro es más glorioso que tu pasado y tu presente.


[i] Tomado de le enciclopedia electronic WIKIPIA

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