Sunday, June 17, 2012

La Fe en los Días que Vivimos


     
          En estos días reflexionaba sobre el papel que juega la fe en la vida humana y comencé por repasar lo que la Biblia habla y la gente comenta sobre este concepto. Mi interés consistió en repasar mis creencias a la luz de los últimos acontecimientos ocurridos en mi vida. La única definición que aparece en la Biblia se encuentra en el capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos. El autor de esa carta no solamente elaboró una definición, sino que hace una disertación sobre la fe, la cual tenemos que analizar con sumo cuidado. En su elocución, el escritor bíblico nos define la fe como “la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve” (11:1). De inmediato me puse a pensar en aquellas cosas que le pedí a Dios me permitiera tener y las cuales me otorgó, pero también en las cosas que nunca se materializaron a pesar de mis insistentes oraciones. También recordé otras cosas que logré adquirir sin haber orado por ellas. ¿Es acaso que cometí algún error al orar por las cosas que no recibí? ¿Qué papel jugó mi fe en todos los demás asuntos?

          Considero que los cristianos solemos ser muy simplistas al hablar de un concepto tan trascendental como lo es la fe. Algunos inclusive se presentan a sí mismos como titanes de fe, razón por la cual reciben bendiciones según sus deseos. Yo no puedo decir lo mismo, lo que me llevó a preguntarle a Dios si yo era una ciudadana de los cielos de segunda categoría. Me quité esa preocupación porque recordé que Dios no hace acepción de personas ni establece categorías entre sus hijos. Tenía que existir algo más profundo y esas inquietudes me movieron a seguir investigando y hasta especulando sobre el tema. Busqué en la concordancia bíblica las citas relativas a la fe y encontré tales cosas como: confiar, creer, ser fiel, ser obedientes y mantenerse seguros no importando la prueba por la que estemos pasando. Específicamente, me detuve en una afirmación de fe que hace el profeta Habacuc. Ese profeta escribió: “El justo por la fe vivirá” (2:4b). En ese punto me surgieron nuevos interrogantes: ¿Qué significa ser justo? ¿De qué fe habló Habacuc? En última instancia, ¿de qué se trata la vida? Para entender un poco a un escritor, sea o no bíblico, uno tiene que conocer el ambiente social, económico y político que le rodeó. No hacer tal cosa nos puede inducir a sacar sus palabras fuera de contexto, lo que encierra grandes peligros. Veamos lo que relativo a la vida de Habacuc. La situación que le tocó vivir a ese hombre fue extremadamente dificultosa.  Aunque es muy poco lo que se conoce sobre esa persona, se sabe que vivió momentos terribles poco antes de la invasión de los caldeos a Judá. La catástrofe nacional era inminente y Habacuc vivió para ver el cumplimiento de ese evento, el cual había sido profetizado mucho tiempo antes que él. En este corto libro de solamente tres capítulos (te invito a que lo leas), se desata la controversia que se suscitó entre Habacuc y Dios. El contenido fundamental de esa controversia ha seguido por los siglos de los siglos, razón por la cual muchas personas han dejado de confiar y, peor aún, de creer en la existencia de Dios. Por el contrario, a mí me ha servido para afianzarme más en mi creencia en Dios. Te explico a continuación lo que descubrí tocante a la fe.

          Comienza el profeta atestiguando una realidad: la desesperación suele llevarnos a casi todo el mundo a clamar a Dios cuando nos confrontamos con problemas que escapan nuestra capacidad humana para resolverlos. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo y las cosas no cambian, nos movemos a dudar de la eficacia de la oración. Oramos y oramos, pero no recibimos respuesta a nuestras oraciones. Es muy humano que nos formulemos muchas preguntas. ¿Es que  Dios se olvida de nosotros o le presta poca atención a nuestra necesidad?  Esa fue la pregunta que se hizo Habacuc. Peor aún, afirmó que los problemas del pueblo se acrecentaban más día a día debido a que una nación impía (los caldeos) no dejaba a los hijos de Dios vivir en paz. Era una especie de instrumento de castigo en manos de Dios. Si decimos que Dios es recto, santo y puro, ¿por qué permite que ocurran desgracias en este mundo? Para no pecar de injustos, tenemos que entender lo que sucedió realmente.  Todos los escritos proféticos anteriores a Habacuc habían hecho serias advertencias sobre los peligros que conllevaban el mantener un estilo de vida frívolo y sobre lo indeseable de hacerse de la vista larga ante la corrupción de los ricos y gobernantes.
         
          Las visiones que tuvieron los profetas fueron para motivar a la gente a un cambio positivo, pero fueron muy pocas las personas que las tomaron en serio. Por tanto, lo que le sobrevino al pueblo fue buscado, no labrado por Dios. Por desgracia, siempre ocurren daños colaterales, lo que provoca que la mala acción de una persona afecte la calidad de vida de otros. Algo inusitado es la afirmación de Habacuc de que los impíos suelen atribuirles a sus triunfos a sus dioses. Eso lo escuchamos con frecuencia de labios de gente sin entrañas, quienes atribuyen sus glorias a su ingenio, astucia y sagacidad. Una sociedad enferma tiende a aplaudir la inmoralidad. ¿Es que el Dios verdadero y único tiene menos poder que los dioses que se labran los hacedores de maldad? En este punto tenemos que entender que la fe no echa para atrás las consecuencias del pecado. Existen unas leyes que no se deben quebrantar. Cuando lo hacemos, desencadenamos una enorme cantidad de reacciones negativas. No obstante, hay otra verdad ineludible en todo este asunto que Habacuc nos permite apreciar. Los malos podrán por un tiempo poner en recodo la ley de Dios, pero no pueden escapar de la justicia divina la cual les llegará cuando menos lo piensen. Repasa la historia de la humanidad para que veas que tengo razón. La pregunta que toma lugar en este momento es la siguiente: ¿Hasta cuándo tenemos que esperar para que Dios actúe a nuestro favor? ¡Eso sí que es imposible de saber! Para evitar desesperarnos, tenemos que aceptar como buenas otras enseñanzas relacionadas con la fe. Primero, tenemos que ver nuestra situación actual, no como un castigo, sino como una disciplina que fortalece nuestro espíritu. Hagamos caso de las palabras del proverbista que dijo que la persona que tiene a poco la disciplina, desprecia su alma (Prov 15:32) y a lo escrito en el libro de Hebreos: No debemos menospreciar la disciplina del Señor, porque Dios disciplina al hijo que ama (12:5). Dios no disciplina a los hijos de Satanás. Nuestra consolación en este punto la encontramos en las palabras del apóstol Pablo, quien explica que para los hijos de Dios, todas las tribulaciones son siempre momentáneas porque las olvidamos tan pronto viene el refrigerio de parte de Dios. Léelo en el capítulo 4 de la 2da Carta a los Corintios.

          Yo sé que no es fácil someterse a disciplina. Por esa causa es que muchas personas no pueden terminar nada de lo que comienzan. La disciplina está íntimamente ligada a la obediencia. Cuando pequeña, yo solía ser malgeniosa y un tanto indisciplinada. Me gustaba hacer lo que me daba la gana y me ponía extremadamente malcriada con mi mamá cuando me imponía hacer cosas que me disgustaban. Ella me miraba de arriba abajo y luego me decía: Yo te cojo después. El castigo me lo imponía cuando menos me lo imaginaba. ¿Por qué mamá no me castigaba en el momento preciso de mi malacrianza? Porque me hubiese maltratado. Nunca me pasó una rabieta y yo aprendí obediencia a las malas. Un día me di cuenta que era imposible ganarle a mi madre, quien me corregía por mi bien. Ella evitó que fuera una inadaptada social. Creo que Dios hace lo mismo con nosotros.      

          Finalmente, Habacuc nos dejó una magnífica oración de fe. No importa lo que nos acontezca, tenemos que seguir clamando a Dios y pedir por nuestras necesidades. Su oración nos permite entender la dimensión de la fe que tenemos que practicar y la cual escapa a nuestro materialismo. Tenemos que seguir clamando a Dios aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales (3:17). Es decir, tenemos que seguir confiando en el Señor de la historia a pesar de los momentos difíciles que estemos confrontando. No se trata de ver cumplidos todos nuestros anhelos. Esto es lo que también afirma el autor de Hebreos cuando explica que con la misma fe que muchos lograron grandes triunfos, otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por lo montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros para que fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros (11:35b-40). La vida nos ofrece momentos de refrigerio, pero también momentos de infortunio. La fe no es un antídoto contra el sufrimiento, sino una sombrilla que nos cubre un poco del intenso calor que producen las pruebas o un paragua que nos protege de la lluvia de dolor que producen las tribulaciones.  

          Al retroceder en el tiempo, descubrí que la fe la da Dios, no la elaboramos nosotros como si se tratara de confeccionar un bizcocho. Esa fe tiene dos fases: la que nos sirve para creer y la que nos sirve para actuar conforme a la voluntad de Dios. Casi todo el mundo dice creer en Dios, y bien hacen. Pero no todo el mundo le cree a Dios. Cuando Dios nos ordena a hacer algo, él no solamente guía nuestra mente y pensamiento, sino que nos provee, a veces de forma milagrosa, los recursos para logarlo.  ¿Cómo saber si es Dios que nos mueve a actuar o si es nuestro capricho? La línea es tan finita que se asemeja a un espejismo, pero hay algo sublime que nos lleva a actuar aún cuando todo el mundo dice que se trata de una locura. Es como una visión que no se nubla ni cambia con el correr del tiempo.

          También Dios nos envía aviso antes de que nos sobrevengan las pruebas. Lo digo por experiencia. Les puedo asegurar que Dios me puso en aviso sobre la muerte de mi esposo mucho antes de que supiéramos que estaba enfermo y llegara al hospital. El proceso de su enfermedad fue rápido y el milagro que Dios hizo fue sacarlo del hospital para que muriera en paz en su casa rodeado de todo lo que amaba. A lo largo de su enfermedad, lo único que le pedí a Dios fue que nos diera paciencia para soportar la prueba. No puedo negar que oraba por su salud, pero la mente me decía que iba a morir. Así fue. Dios sabía que no iba a resistir el tratamiento que le impusieron y por eso actuó rápido. Ese fue otro milagro de fe. Mi esposo descansa en paz y cada día que pasa, aunque lo echo de menos, el dolor va disminuyendo. Ya me siento preparada para realizar nuevos viajes de fe acompañada de mi Señor y hasta que me llegue la hora de retornar a mi patria celestial.

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