¡Qué mucho se ha hablado y escrito sobre el Génesis,
el primer libro de la Biblia! Los
exégetas del Antiguo Testamento han ofrecido sus interpretaciones para explicar
la presencia de esas narraciones en la Biblia.
La palabra Génesis puede traducirse como en el comienzo, pero también significa origen o principio. Estos exégetas están de acuerdo con lo
siguiente: Que Dios ha existido siempre, que es el único creador del universo y
de todo lo que en él existe, y que nombró al
ser humano como administrador de tales cosas. Dios le ofreció a la
humanidad la capacidad de razonar para que se convirtiera en una persona digna,
algo que no poseen las criaturas vivientes inferiores a él. En cuanto a mí, siempre
me ha maravillado la extraordinaria saga que aparece en sus tres primeros capítulos.
Algunas personas toman esas narraciones como verídicas y otras se mofan de
ellas. Usted acepte la interpretación que más se adapte a su personalidad. Al
fin y al cabo, todos somos teólogos. Una
reciente experiencia me llevó a especular
sobre la conducta de Adán y Eva en el paraíso. Claro está, en mi interpretación
tomo en cuenta la realidad de este nuevo Siglo XXI. Lo que quiero es que medites
en la conducta de ellos. Probablemente podrás entrever, como me pasó a mí,
puntos de encuentro entre tú conducta y la de ellos dentro de la realidad de
este nuevo siglo.
La
gran mayoría de las personas consideran un paraíso vivir en una isla tropical
rodeada de palmeras, playas exóticas, campos de golf, hoteles y villas de lujo.
Precisamente, en pasadas semanas me encontraba vacacionando en uno de esos
lugares. Allí tuve la oportunidad de conocer a una cierta señora de edad madura
y de buenos modales, quien me invitó para compartir con ella una calurosa
mañana de verano. La señora me recogió a
las 11 de la mañana y desde que me subí a su auto, comenzó a disparar palabras
casi sin tomar aliento para respirar. En cuestión de minutos sentí deseos de tirarme
del auto, pero me dejé arropar del amor de Dios y permanecí casi inmóvil en mi
asiento de pasajera. Me dijo que me llevaría a un lugar precioso, pero que
tendría que pasar por su casa para cambiar de vehículo. Allí dejó estacionado
su auto deportivo y nos fuimos a pasear montadas en un carrito de golf, que por
experiencia previa, no es lo más cómodo del mundo. Tan pronto me subí al
carrito, con emoción me indica que daríamos un paseo por la playa. No me atreví a decirle que no me gustan las
playas y que además los rayos del sol me causan dermatitis. Si hubiera sabido que eso se trataba el paseo,
lo hubiese declinado. Prefería haberme quedado en la villa leyendo un libro que
había comenzado a leer y el cual estaba sumamente interesante. En menos de
media hora llegamos a la casa club que ella me informó frecuentaba y la cual estaba
ubicada muy cerca del mar. Desde ese lugar se podía divisar el mar en calma, vestido de color
turquesa y teniendo a sus pies la arena blanca resplandeciente, pero ni por un
instante me pasó el deseo de acercarme a la playa. Nos sentamos en una mesa al
aire libre y enseguida pidió unas limonadas. Desde el principio de nuestro
encuentro comprendí que ella lo que quería era que alguien la escuchara, así
que la dejé hablar, hablar y hablar. Su hablar era monótono y apresurado. Me vi
carente de oportunidad para intervenir en lo que considero era casi un monólogo.
Lo único que yo atinaba a decirle era: “te
entiendo”. Al cabo de un rato, el calor comenzó a agobiarme, y eso, unido
al sonido de su voz, me hizo sentir soñolienta. La ansiedad hizo presa de mí
porque temía dormirme y caer de bruces en la mesa. ¡Menos mal que los mosquitos
comenzaron a picarme! Parecían aviones de combate japoneses durante la Segunda
Guerra Mundial. Cada vez que uno de ellos me picaba, yo me daba un manotazo en
la pierna atacada, lo que evitaba que me durmiera. Como me vio desesperada a
causa del calor y la picazón, decidió que nos fuéramos del lugar. Yo vi la
gloria de Dios en aquella decisión. Eran ya la 1:30 PM cuando regresamos a su
hogar para volver a cambiar de vehículo. Me preguntó si yo quería entrar a su
casa. Sin embargo, noté que lo hizo por cortesía, así que decliné la
invitación. Para ser honesta, tampoco me
interesaba verla. Además, ya yo tenía mucha hambre y mi hermana me esperaba
para irnos a almorzar. Ese día, en vez de disfrutar de un paraíso, visité la
antesala del infierno. Aquella visita me dejó brincando obstáculos y frustrada
porque no tuve la oportunidad de ofrecerle ni tan siquiera un breve mensaje de
esperanza. Traté de encontrarle un sentido a ese dichoso paseo, pero no lo
hallé. Posteriormente, me puse a analizar la conducta de mi anfitriona, típico
de algunas mujeres casadas con altos ejecutivos cuya única misión consiste en jugar
el papel de esposa y madre. Inclusive, recordé mi propia experiencia cuando mi
difunto esposo ocupó similares posiciones ejecutivas en empresas
multinacionales. Me veía obligada a asistir a actividades para interaccionar
con esas mujeres ¡Cómo me fastidiaba asistir a esas reuniones sociales! Me resistí hablar de lo que compraba o dejaba
de comprar, de las travesuras e inteligencia de mis hijos, de las cosas que
hacía o dejaba de hacer mi marido y de miles de otras cosas normales de la vida
las cuales suelen ser repetitivas. ¿A
quién le importan esas cosas fuera del entorno familiar? De todo esto fue de lo
que me habló aquella mujer.
Pude
inferir del casi monólogo con aquella mujer, que ella estaba totalmente
aburrida de una vida carente de significado, pero se sentía atrapada dentro de
su entorno social. Aunque había
estudiado en la universidad, abandonó su profesión para seguir a su marido,
quien se desempeñaba como administrador de centros turísticos. Su marido se
ausentaba constantemente de su hogar y me parece por lo que dijo, que él no le
prestaba mucha atención. Ya los hijos se habían ido de la casa y vivían
distantes de ella. Por tanto, sus días transcurrían lentamente, esperando la
llegada de su marido, quien en muchas ocasiones la dejaba con la cena servida. Tuve
la impresión de que dada la prevaleciente situación económica mundial, la cual
también ha afectado duramente a la industria del turismo, ella y su marido vivían
más allá de sus ingresos monetarios. Digo
esto porque empaté parte de su diálogo con lo que observé en el exterior de su
vivienda. Esta, aunque ubicada en un sector exclusivo, se veía un tanto deteriorada.
Pensé que era probable que así estuviera su casa por dentro y por eso no
insistió en que yo entrara. Además, entiendo que faltó al decoro al no
invitarme a comer. Si uno invita a una persona a dar un paseo y la recoge en su
casa casi a la hora del almuerzo, ¿no es lógico que también la invite a almorzar
aunque sea por cortesía? Yo lo hubiese hecho de ser yo la anfitriona. Creo que
no tenía dinero para hacerle frente a ese gasto en aquella casa club de su
sector. Para ser honesta, yo tampoco sentía deseos de almorzar en ese lugar
acompañada de esa señora. Lo que sentí fue compasión por ella.
Vamos a traer la saga de Adán y Eva a nuestros
días. Eva tenía un cerebro igual al de
su marido, pero lo único que hacía era
pasear por el paraíso. Su marido era quien tomaba todas las decisiones. Esa no
fue la decisión de Dios. De hecho, la saga indica que Dios creó a la humanidad,
varón y hembra, y los nombró administradores de todo lo creado. Por tanto, Adán
debió involucrar a Eva en el proceso de tomar decisiones. Lo que hizo Adán fue
bloquear la creatividad de Eva. No le permitió que lo ayudara, lo que provocó
que terminara agobiado por el peso de sus responsabilidades. Para aliviar su
mal, recurrió a lo más sencillo: complacer a su mujer en todo. Se olvidó por
completo del mandato de Dios. Esa decisión incorrecta afectó al resto de la
familia por varias generaciones. Lo
anterior les pasa a muchas personas, pero mayormente a los hombres de nuestros
días. Muchos de ellos se dedican en cuerpo, alma y espíritu a escalar la
escalera del éxito y se olvidan de atender adecuadamente a su familia. Siempre
tienen una buena excusa para no compartir con sus esposas o ausentarse de sus
hogares. Por consiguiente, para evitar las continuas peleas con sus mujeres, comienzan
a permitirle gastar sin límite.
Yo
creo firmemente que a mayor sea el grado de creatividad que tenga una persona,
mayor es su tendencia al aburrimiento cuando realiza tareas repetitivas. La
persona creativa siempre está a la caza de algo que hacer. Una mente ociosa,
como dice un antiguo refrán, puede producir una enorme cantidad de vicios. Sin
embargo, un aburrimiento bien canalizado tiende a producir cosas positivas si desarrollamos
un sentido de misión dirigido por los más altos valores. Yo me sorprendí el día
que descubrí las estadísticas en torno a las mujeres que terminan alcoholizadas
o que recurren a los juegos de azar para
aliviar su hastío. La cifra es elevada. Fue en ese momento que le di gracias al
Señor por haberme rescatado de un estilo de vida frívolo. En el caso de mi anfitriona,
el marido le daba cosas materiales y le permitía frecuentar los lugares de su
“paraíso” para él tener libertad de acción, pero ella buscaba la manera de
“matar el tiempo” hablando con alguien que la escuchara. Lo único que deseaba
era develar sus anhelos y descargar sus frustraciones. ¡Qué desgracia cuando ese
tipo de persona recibe un consejo equivocado, como le pasó a Eva! Eva no supo
canalizar su aburrimiento haciendo algo constructivo para la humanidad.
La
saga del paraíso se hace visible: cuando
la gente considera que lo único importante es subir por la escalera del éxito,
el cual se mide por las cosas materiales que se llegan a poseer; cuando nos
dejamos dominar por la ambición desmedida y mal orientada; cuando caemos en los
vicios porque somos incapaces de lidiar con nuestra realidad; cuando nos
hacemos presas de la ansiedad o el miedo; cuando el deseo de poder nos domina;
cuando perdemos la esperanza y penetramos en la oscuridad de la existencia
humana; cuando la soledad se convierte en nuestra eterna compañía. La soledad, mi querido lector, puede ser tu
aliada cuando te permite meditar en las cosas buenas de la vida, pero puede
convertirse en tu temible enemiga cuando te lleva a la melancolía y la angustia.
Es
bueno visitar de vez en cuando uno de esos paraísos creados por los humanos,
pero no es bueno intentar vivir todo el tiempo en uno de ellos. Eso se convierte
en un espejismo. Siempre terminamos sumidos en el aburrimiento. Si te sientes
aburrido por la causa que sea, pídele a Dios que te de una nueva visión para
que puedas descubrir las cosas que puedes realizar y que todavía no alcanzas a
ver.
1 comment:
Nada mas cerca de la verdad. El ser humano es, por naturaleza, curioso y creativo; no puede estar sin estímulos novedosos porque su cerebro los necesita fisiológicamente hablando. Por eso es que las personas que, supuestamente, lo tienen todo, caen en vicios. Y por eso yo seguiré trabajando hasta q me saquen tiesa como galleta export soda del salón de clases: me niego a quedarme en la casa viendo tv y para matar el aburrimiento.
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