Atesoro en mi memoria los paseos por la campiña puertorriqueña y los viajes que hice junto a mi familia a varios lugares del mundo, así como los estudios académicos que el Señor me permitió realizar sobre los aspectos culturales y del comportamiento humano. Conocer otras culturas aumentó mi habilidad para aceptar a la gente que difiere de mí en muchos aspectos. No obstante, que desde que entré a formar parte de lo que la gente llama “la tercera edad” (una manera sutil de decirnos viejos), noto que me causa cierto malestar algunos cambios que observo dentro de mi ambiente, tanto dentro como fuera de Puerto Rico. Esa condición se me hizo más evidente cuando en estos días visité varios pueblos del centro de la Isla. Le narré a una de mis hijas lo que observé la noche de un día feriado mientras transitaba por carreteras muy congestionadas. No pude quitar mis ojos de los cafetines abarrotados de personas, tanto hombres como mujeres. Las orillas de las carreteras aledañas a los mismos estaban atestadas de autos y motoras de lujo, autos deportivos de todas clases y un enorme camión con bocinas grandes (llamados “tumba cocos”) que tocaban música popular a todo volumen. También noté autos menos lujosos y motoras guiadas alocadamente por jóvenes prácticamente adolescentes y quienes además de tener latas de cervezas en sus manos, no usaban cascos protectores. Algunos de los conductores lucían intoxicados por el alcohol o por drogas, ¡vaya usted a saber! Ante mis ojos estaba la escena de una de tantas películas de acción que se exhiben por televisión y cine, donde se forman revueltas en cafetines y terminan por matar a varios. Por tanto, no miento al decirles que me preparé mentalmente para escuchar tiros. En fin, fue algo diferente a lo que solía ver cuando en décadas pasadas paseaba con mis hijos y mi esposo por los campos de Puerto Rico. Aunque siempre han existido tales tipos de negocios, no tenían esas características que fueron tan impactantes para mí. Mi hija interpretó mi narración como algo peyorativo, por lo que me increpó diciendo: “Mami, te comportas como los viejos y los niños, quienes no entienden el mundo en que viven”. El comentario me molestó bastante porque me hizo sentir como una ignorante. Entablamos una sana discusión y finalmente llegamos a un buen entendido. Llegamos al acuerdo de que yo sí conozco las características del mundo en que vivimos. Lo que realmente me pasa es que no comparto y hasta me asustan algunos de los nuevos estilos de vida. Entre mi hija y yo hubo un choque de generaciones. Estuve días con este asunto en mi cabeza hasta que decidí escribir sobre el particular.
Es evidente que el ambiente de la posmodernidad exhibe unas características muy diferentes a las que existían cuando yo era joven. A primera vista resulta imposible responder categóricamente si esos cambios son beneficiosos o dañinos para la sociedad en general. Por ley, tienen que ocurrir cambios buenos y malos, lo que da pie al primer problema interpretativo, ya que lo bueno y lo malo son cosas relativas dentro de un mundo pluralista. Eso no es exactamente correcto desde la perspectiva judío-cristiana. Desde los tiempos de los profetas del Antiguo Testamento ya estaba en discusión este asunto de diferenciar lo bueno de lo malo. Tomemos el caso del profeta Isaías, quien le hizo una advertencia a la gente de su generación porque a lo malo le decían bueno y a lo bueno le decían malo; que hacían de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que confundían lo amargo de lo dulce, y viceversa (Isaías 5:20). Aquí lo que hay que entender es que no se deben cambiar las cosas en aras de un simple cambio. Sin embargo, si queremos entender nuestro ambiente, tenemos que abrir nuestra mente para no pecar al momento de emitir un juicio sobre los cambios que a diario toman lugar.
Con todo esto en mente, decidí comenzar a analizar el ambiente que nos rodea en esta segunda década del Siglo XXI . En todo tiempo tuve una pregunta en mente: ¿Cuál será el impacto de esos cambios en las décadas venideras? Claro está, tuve que limitar el alcance de mi análisis porque de no hacerlo, lo hubiese convertido en un cuento de nunca acabar. El alcance de mi trabajo tiene tres dimensiones: tiempo, espacio y profundidad. En términos de espacio, seleccioné a Puerto Rico por tres razones: es el lugar donde he vivido casi toda mi vida; mantiene una estrecha relación con los Estados Unidos (la primera potencia mundial del mundo); y tiene accesibilidad al mundo exterior (los puertorriqueños viajan mucho). En términos de tiempo, me limité a analizar los cambios ocurridos desde mi nacimiento (1939) que coincidió con el inicio de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente. Lo hice porque soy testigo ocular de muchos de los hechos históricos que dieron pie para el desarrollo de las generaciones que actualmente interaccionan entre sí. En términos de dimensión, me limité a los cambios sociales, políticos y económicos. Creo que esos cambios salpican a todos los demás.


En mi próxima intervención estableceré la base de mi investigación. Esto es, voy pintar un cuadro del Puerto Rico desde el 1939 (comienzo de la Segunda Guerra Mundial) hasta la década del setenta del pasado Siglo XX, donde según los teoristas da comienzo a la llamada posmodernidad. ¿Qué cosas importantes acontecieron durante ese tiempo que llevaron a Puerto Rico a comenzar un avanzado proceso de transformación? Sigue mi blog para que disfrutes de mis hallazgos….
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