Mi interés sobre
el tema de la migración nace de las discusiones que se llevan a cabo en el
Congreso de los Estados Unidos sobre la aprobación de una ley que proteja a los
inmigrantes indocumentados que se encuentran en el país, y de las muchas voces
que se levantan a favor y en contra de dicha ley. Algunos de los comentarios
provienen de personas que definitivamente desconocen esta realidad social (que
para mi no es un fenómeno). Vean el comentario de Jason Richwine, estudiante de
la Universidad de Harvard, quién en su tesis doctoral expuso que “los estudiantes hispanos son inherentemente
menos inteligentes que los blancos. Por tanto, los Estados Unidos deben
permitirles la entrada a los inmigrantes que posean un I.Q. alto. No hacerlo
tendría un efecto negativo en la economía de la sociedad americana”
(Traducción propia del Boston Globe, May 17, 2013). Como resultado, un grupo de
estudiantes de esa misma Universidad demandaron que se llevara a cabo una
investigación sobre el particular. ¡Por Dios! ¿Es que esos estudiantes no se
han enterado que la inteligencia tiene muchas facetas y que hablar de I.Q. en
este tiempo es algo discriminatorio? Hasta la misma Universidad que está por
otorgarle un título de doctor en filosofía a Jason Richwine, se ha visto en la
necesidad de realizar estudios posteriores sobre este particular.
Antes de quemar en la
hoguera a ese joven estudiante, vamos a intentar entender su desviada forma de
pensar. Yo creo que nadie nace con actitudes discriminatorias. Esas se van
formando a lo largo de nuestra existencia. Las enseñanzas en el hogar y las
experiencias de vida son las más predominantes. Si a esto le añadimos las que
adquirimos en la escuela, otros grupos sociales y aún dentro de la iglesia, el
asunto se convierte en un mal de grandes proporciones. Mi intención al escribir
este ensayo es refutar a Jason Richwine, expresar mi solidaridad hacia los
inmigrantes y, de ser posible, ayudar a los que han sido o son víctimas de
discrimen. Por eso comienzo mi ponencia narrándoles unas experiencias
personales relacionados con la migración que afectaron mi vida en un momento
dado.
Como algunos ya saben, yo no nací en
Puerto Rico. Soy un inmigrante hija y nieta de inmigrantes. Mi abuelo paterno
fue español y mi abuelo materno,
franco-alemán. Mis dos abuelas nacieron en Cuba, aunque el padre de una
de ellas y la madre de la otra fueron puertorriqueños. Todos ellos llegaron a
la República Dominicana buscando expandir sus negocios y procurarse una mejor
calidad de vida. Fue el propio gobierno
dominicano, que experimentaba un auge económico a fines del Siglo XIX, quien les abrió las puertas. Para más
complicar este cuadro, algunos de mis tíos y tías se casaron con extranjeros,
algunos provenientes de lugares tan lejanos como Holanda y Libia. Mientras viví
en la República Dominicana, mi hogar era algo así como un consulado general o
el IHOP (International House of Parents). Todas esas corrientes culturales
interaccionaban entre sí y nunca estuvo el ambiente libre de conflictos
interpersonales. Discriminaban entre sí de una manera sutil, pero perceptible
para una niña de mi edad. A esto debo añadirle el hecho de que la sociedad
dominicana discriminaba contra los haitianos, así como los católicos contra el
pequeño grupo de protestantes que existía en el país para esa época. Para colmo
de males, mi padre estudió y vivió en Cuba. Era su intención quedarse viviendo
en ese lugar, pero el discrimen que sufrió por ser hijo de una mulata propició
que regresara a su lugar de nacimiento. Esto lo llevó a rechazar la negritud.
En el 1947, mi padre tuvo un altercado
con uno de los hermanos del perverso dictador Rafael LeonidasTrujillo, lo que
ocasionó que sus negocios se vieran muy afectados. Como venido del cielo, en el
1948 mi papá recibió una oferta del Partido Popular Democrático (PPD) para
ejercer como de profesor de música y para trabajar en la creación de la
Orquesta Sinfónica de Puerto Rico. Papá trabajó duramente durante los próximos
dos años hasta que logró establecer nuevamente su negocio, a la vez que atendía
sus demás responsabilidades.
El resto de la familia llegó con
visado permanente a Puerto Rico el 15 de julio de 1950. El viaje fue uno
apresurado, ya que los perversos trujillistas estaban a punto de cerrar
fronteras. Supuestamente era un viaje de vacaciones por lo que mis padres no
pudieron hacer gestiones a tiempo para inscribirnos en un colegio católico,
como acostumbrábamos. No sé cómo lo lograron, pero nos matricularon en la
Escuela Román Baldorioty de Castro en San Juan (hoy día es la Universidad Pedro
Albizu Campos), y debo decirles que esa escuela para aquel tiempo pasaba por su
peor momento. Destinada al cierre, era el lugar escogido por el entonces
Departamento de Instrucción Pública para estudiantes de muy bajos ingresos y,
según los criterios de aquella época, con muy pocas posibilidades de lograr el
éxito académico. Las peleas que se sucintaban a diario en ese plantel educativo,
aún entre maestros y estudiantes, hacían que mi hermano y yo estuviéramos todo
el tiempo aterrados. Para colmo, mis compañeros de clase se burlaban de mí por mi
origen étnico. De vez en cuando me jalaban
el pelo y me hacían muecas. No recuerdo haber aprendido nada en esa escuela.
Esa pesadilla duró dos años, ya que terminado aquel primer año escolar, los
colegios no quisieron aceptarme porque yo provenía de una “mala” escuela. En
otras palabras, según sus criterios yo no tenía un I.Q. lo suficientemente alto
como para ser un estudiante aprovechado. Papá me pagó todo un año tutorías
especiales, sobre todo en inglés, para que pudiera pasar sin problemas la
prueba que me dieron en el colegio. Aunque el colegio fue una gran bendición en
términos del ambiente, allí fui discriminada por otras razones que ya no valen
la pena mencionar, pero que me afectaron en su momento dado. Tomen nota y sigan
sumando todas las actitudes discriminatorias que se fueron forjando en mí ser y
que en un momento dado me llevaron a pensar que era fea y poco inteligente. Eso
me convirtió en una persona malgeniosa, un tanto insegura, unas veces soberbia
y otras, arrogante. Aunque esas cosas no me limitaron en el ámbito académico,
sí me afectó en mis relaciones sociales. Prefería relacionarme con personas
mucho mayores que yo como asunto de auto defensa. Siempre he pensado que no
tuve una conducta desviada porque tuve un hogar muy estable y con un gran
sentido de superación. Además, tuve la dicha de casarme con un hombre muy bien
centrado que supo valorarme y de quien aprendí cosas muy hermosas sobre la cultura
puertorriqueña. Finalmente, mi
conversión al evangelio de Jesucristo fue fundamental: hizo de mí una nueva
criatura.
Mis padres perdieron todos sus bienes
tangibles e intangibles al abandonar la República Dominicana. Lo material se
fue reponiendo con el tiempo, no así las relaciones familiares. Eran otros
tiempos y no existían los medios de comunicación que disfrutamos en la
actualidad. Vivíamos prácticamente incomunicados de nuestra familia extendida.
Inclusive, la comunidad dominicana era ínfima y fue muy poco lo que
interaccionamos con ella. Acostumbrados a una enorme familia, nos vimos
reducidos a una familia nuclear de siete miembros. Mi padre nunca pudo regresar
a la República y mi madre volvió 15 años después, dándose cuenta que todo había
cambiado.
Este relato no se quedó ahí. Al año de
estar en Puerto Rico, una de mis hermanas se casó con un dominicano que había tenido
que hacer su residencia en Venezuela a causa de la persecución política de
Trujillo. Mi cuñado, ingeniero civil de profesión, tuvo que batallar duramente
para abrirse paso en Venezuela. El trabajo que consiguió fue en un una zona
selvática, donde los venezolanos no querían ir. Él trabajó con mucho esmero y
se hizo de muy buenas relaciones, logrando establecer en Caracas su propia
oficina de ingeniería. Pero todo eso les costó lágrimas, esfuerzo y tiempo. La
partida de mi hermana redujo aún más nuestro núcleo familiar y produjo mayor
tristeza en nosotros. Los cuatro hijos que tiene esa hermana nacieron en
Venezuela, lugar que llegué a amar al punto hasta de pensar irme a vivir allí. Trece
años después, mi cuñado decidió regresar a la República Dominicana porque
consiguió un magnífico contrato. No hace mucho y luego del golpe de estado
propiciado por el difunto presidente venezolano, Hugo Cháves, mis sobrinos se vieron
en la necesidad de renovar sus pasaportes venezolanos, recibiendo una total
negativa por parte de ese Consulado. Chávez había creado una disposición de ley
que impedía tal cosa a venezolanos que habían salido del país. Más insensato
aún fue que el gobierno dominicano no los quiso reconocer como residentes
bonafides porque no tenían papeles legales actualizados. Todos sabíamos que ese
era un asunto político. Esto ocasionó que quedaran como “indocumentados” en el propio
país de sus padres. ¿Creen eso? Mis sobrinos tuvieron que recorrer cielo,
tierra y mar hasta conseguir que sus amigos venezolanos les consiguieran y les
enviaran sus certificados de nacimiento. Al cabo de varios años, lograron
legalizar su permanencia en la República Dominicana.
No fue sino hasta que comencé a tomar grados
académicos avanzados sobre la conducta humana dentro de las organizaciones que
me di cuenta que yo no había nacido con las malas actitudes que ahora afectaban
en mi vida personal y profesional. Concluí que era necesario cambiar mis
actitudes y tomé la decisión de hacerlo. Muchas interrogantes comenzaron a
aflorar a mi mente. Algunas de ellas estuvieron asociadas con la migración:
¿Qué es? y ¿Por qué sucede? ¿Qué impacto tiene en la sociedad? ¿Cuál era mi
patria? ¿A qué nación le debía lealtad? Yo había recibido la ciudadanía
estadounidense en el 1960, me había casado con un puertorriqueño y mis tres
hijos eran puertorriqueños (mis nietos también lo son).
La migración es simple y llanamente un
movimiento de personas de un lugar a otro. Ese movimiento tiene dos partes: la inmigración
y la emigración. La inmigración es la llegada de personas de otras
nacionalidades a un país determinado. La
emigración es lo contrario, es la salida de personas de una nacionalidad a otro
país diferente al de ellas. En ambos casos, la intención es la permanencia. No
son turistas o ejecutivos que van y vienen. Para mí, esto no es un fenómeno
social, sino una acción natural y me explico. Según los antropólogos, la raza
humana tuvo sus orígenes en África. Debido a la búsqueda de alimentos, se fueron
desplazando hacia el norte. Al vivir en nuevos ambientes naturales, su
apariencia física fue cambiando. De este hallazgo surge la teoría aceptada por
la mayoría de los científicos de que la raza blanca es una mutación. Fijémonos
que hasta los animales migran de un lugar a otro según los cambios en las
temperaturas. Ellos también van mutando con el paso del tiempo. Por tanto, ¿por
qué tanto brinco con la inmigración?
Pudimos inferir de los testimonios que
les narré que la migración sucede por varios factores tales como: conflictos
políticos, asuntos económicos, deseo de superación u oportunidades de empleo.
Por desgracia, últimamente se han añadido otros factores como el trasiego de
drogas, el crimen organizado y el negocio de la trata humana (aunque debo
añadir que en el pasado hubo un movimiento migratorio a causa del mercado de
esclavos). Sin embargo, en términos de porcentuales, ese grupo de desarmados no
es tan alto como muchos estadounidenses piensan. Estoy de acuerdo con reforzar
las fronteras para evitar que esos tipos de individuos logren entrar a
cualquier país. Cada país tiene que lidiar con su problemática social.
Los países de América fueron los más
que se beneficiaron con este proceso de la inmigración. Los españoles, al
principio de la colonización, dejaron venir lo peor de su gente a América
Latina. Cuando los españoles supieron de los tesoros que había en la cuenca del
Caribe, comenzaron a viajar incesantemente. El propósito de la gran mayoría, y
da pena decirlo, no fue contribuir al bienestar de la región, sino para
explotar. Damos gracias al Señor que siempre permitió otro grupo que vino a
edificar. El norte, por el contrario, se nutrió de inmigrantes que vinieron a
forjar una nueva nación donde supuestamente no se practicaría el discrimen. Concluyendo,
América, en su totalidad, fue colonizada por españoles, ingleses, franceses,
holandeses y portugueses. Eran las potencias que en aquel tiempo competían por
la hegemonía del poder mundial. Ese llamado fenómeno inmigratorio creció de forma
exponencial a mediados del Siglo XIX y principios del Siglo XX. Por eso dice
Luis Ricardo Dávila (Fronteras Confusas: Impacto Sociales de la Inmigración,
1998) que América es un fenómeno
histórico. Es un continente de inmigrantes. Aquí llegaron los europeos (como
inmigrantes) y los africanos (como esclavos). Los españoles exterminaron a los indígenas caribeños y los ingleses
casi exterminaron a los nativos norteamericanos. Yo añado: y todos ellos
abusaron y explotaron a los negros, los únicos que vinieron obligados a
América. Entonces, que alguien me responda ¿dónde está la pureza racial de
nosotros los nacidos en este Continente Americano? Y que no se pongan los
europeos a criticarnos porque también les puedo sacar sus historias oscuras a
la luz pública.
Según información que obtuve de la
Internet, los países que más se han beneficiado de la inmigración en esta parte
del mundo lo fueron: Argentina, Brasil, Chile, Venezuela, Canadá y los Estados
Unidos. Todos ellos también se beneficiaron de alemanes que salieron de su país
a raíz de la persecución nazi. ¿Qué beneficios reciben y qué retos tienen que
enfrentar los países que reciben a los inmigrantes? Factores positivos: (1)
aumentar en el capital humano, un elemento económico muy importante; (2) mantener
y hacer crecer los sectores productivos, especialmente la manufactura y la
agricultura; (3) ayudar a los países subdesarrollados o que están en la etapa
de desarrollo. Hoy día, la mayoría de los inmigrantes pobres envían remesas a
sus familiares, lo que le ofrece a sus familias cierto poder adquisitivo en sus
países natales. En España, por ejemplo, contribuyó a la inclusión de la mujer
en el campo laboral. Factores negativos: (1) La alta probabilidad de
que al terminar su contrato laboral, se queden en calidad de indocumentados; (2)
la explotación obrera (se les paga un salario más bajo y no tienen beneficios
marginales); (3) que algunos caigan en manos del crimen organizado debido a la
falta de oportunidades; y (4) la desintegración familiar. La explotación de los
indocumentados puede fomentar el desempleo dentro de un país porque ellos están
dispuestos a trabajar por un salario menor al establecido por la ley.
Definitivamente que eso afecta a los obreros nativos.
He tenido la oportunidad de viajar por
muchas partes del mundo y no solamente en calidad de turista, sino como conferenciante,
misionera y estudiante. Tal cosa me ha permitido conocer otras culturas un poco
más a fondo. En adición tuve la oportunidad de estudiar en los Estados Unidos.
Viví en carne propia el discrimen por parte de uno de mis profesores, quien se
atrevió a ponerme por escrito que yo no me graduaría porque era incapaz de
hacer una tesis en inglés. Me percaté que estaba igualmente parcializado contra
otros tres compañeros estudiantes que no eran blancos como él: dos
afroamericanos y una china. ¡Qué infeliz! En vez de enfurecerme, me dediqué en
alma y cuerpo a demostrarle lo contrario. Aquel comentario fue para mí como una
inyección de adrenalina. Gracias al apoyo que recibí de mi consejero de tesis y
del bibliotecario, no solamente fui la primera de mi grupo doctoral en
graduarme, sino que mi tesis, por su excelencia y originalidad, estuvo entre
las primeras cinco que se presentaron. No digo esto para engrandecerme, sino
para demostrar que Dios hace justicia y que lo que otra persona mal
intencionada diga de uno no tiene por qué marcar nuestro futuro.
Los países del denominado primer mundo
son los más propensos a la entrada de inmigrantes, sobre todos de forma ilegal.
La razón para ello es que esos países tienen cuotas de entrada de extranjeros.
Se pueden dar el lujo de escoger los que tienen mayor probabilidad de
contribuir al bienestar del país. En una economía global como la que tenemos en
la actualidad, también se importa legalmente mano de obra barata de países
subdesarrollados. España importó mano de obra de América Central y de países
suramericanos como Bolivia. En cambio, tiene una población de marroquíes y
argelinos que entraron de forma ilegal cruzando el Estrecho de Gibraltar. La
travesía es una de muerte. Actualmente, muchos de los inmigrantes de América
están retornando a sus lugares de origen debido a la crisis económica que atraviesa
España. Los turcos constantemente cruzan las fronteras de Alemania. Los Estados
Unidos tienen un total de 11 millones de indocumentados, la gran mayoría
procedentes de México. Un grupo de indocumentados procedentes de países
centroamericanos como Honduras, El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Belice y
Costa Rica tienen que cruzar varias fronteras hasta llegar a México y de ahí
cruzar la frontera hacia los Estados Unidos (su destino final).
La ola de inmigración también sucede
entre países más pobres. Por ejemplo, los haitianos cruzan constantemente la
frontera dominicana y los dominicanos se arriesgan cruzando el Canal de la Mona
para llegar a Puerto Rico. Ese último movimiento ha mermado debido a que la
economía de Puerto Rico atraviesa problemas económicos similares a la de otros
países del mundo. Inclusive, algunos cubanos viajan a Haití y pasan por la
frontera dominicana desde donde se desplazan a Puerto Rico vía la Isla de Mona.
Tan pronto pisan territorio americano, se les concede asilo político. No crean
que la travesía está libre de grandes peligros. Las corrientes son fuertes y el
sector está minado de tiburones.
Viajo constantemente a la República
Dominicana a visitar a mi hermana y sus hijos. Poco a poco he podido conocer
muchas de sus regiones. La región agrícola más productiva y bella es la del
Cibao. Para llegar al lugar, hay que
transitar por una carretera que, aunque nueva, bien pavimentada y ancha, le
pone los pelos de punta a cualquiera por los riscos que se observan. El auto
que caiga por esas montañas se hace harina. La neblina es aterradora. ¿Saben
ustedes quienes son las personas que trabajan en la tierra? La mayoría de ellos
son haitianos indocumentados, quienes viven en condiciones infrahumanas. Me
quedé traumatizada cuando vi las casuchas donde viven. El día que fui a ese
lugar (y creo que será el único porque la carretera me asustó de verdad) estaba
lloviendo y el agua mojaba sus chozas y, por consiguiente, a sus moradores. Le
pregunté a mi anfitriona, quien es pariente de uno de los terratenientes del
lugar, la razón para los haitianos aceptar ese trabajo. Su respuesta fue
sencilla: Porque por lo menos allí tienen comida. ¡Qué tristeza me dio! ¡Qué
impotente me sentí! Sin embargo, dos o tres millas más adelante, en los lugares
más escogidos, habían unas bellísimas villas como las que hay en Suiza. ¡Esa es
la triste realidad de nuestro mundo!
En un viaje que hice a Los Ángeles,
California, para ofrecer una conferencia sobre administración eclesiástica tuve
la oportunidad de interaccionar con muchos hermanos de extracta mexicana. Uno
de ellos me narró las odiseas que pasan los mexicanos para llegar a los Estados
Unidos. Como también escribe Amnistía Internacional, muchas mujeres son
violadas y los hombres, adultos y jóvenes, son maltratados por aquellos que no
tienen corazón y que su único deseo es hacer dinero con el dolor ajeno. Unos
mueren ahogados y otros perecen en las vías del tren. Los que intentan cruzar
el desierto mueren o de sed, o de hambre, o de frío o de calor. Todo eso por
lograr su “sueño americano”. Según esa
organización, más de 11,000 personas han sido secuestradas. Niñas son vendidas
al negocio de la prostitución y muchos niños vendidos no se sabe ni para qué cada
año. Esa misma información la obtuve de los participantes de un seminario que
ofrecí en Toronto, Canadá. Aquellos hermanos pastores me hicieron llorar, pero
también reír de sus peripecias como indocumentados. Ellos trabajan con ahínco
para logar la igualdad en un ambiente que aunque menos hostil que los Estados
Unidos, todavía discrimina contra los hispanos.
Me he dado cuenta que cada país tiene
el mismo asunto que resolver con los grupos de indocumentados que allí residen.
Se calcula que más de 120 millones de personas viven fuera de sus países de
origen. Sin embargo, parece que en este nuevo Siglo XXI es la emigración la que está afectando de
forma adversa a ciertos países. Tomemos el caso particular de Puerto Rico.
Debido a que los puertorriqueños tienen ciudadanía estadounidense, pueden
entrar y salir libremente de los Estados Unidos. Allí no se les considera
inmigrantes. De igual manera, se les hace menos difícil viajar a otros lugares
del mundo. Como consecuencia, el tamaño y la configuración de la población
puertorriqueña está cambiando. Se estima que el 20% de la población
puertorriqueña pertenecemos a la tercera edad. Eso ocasiona un problema
económico. La fuga de empresas hacia sectores donde se paga menos por la mano
de obra ha ocasionado un alto desempleo,
mayormente entre los jóvenes profesionales, los que se ven obligados a emigrar en
busca de mejores ofertas de empleo y condiciones de trabajo. Pero el hecho que
no sea considerado inmigrantes en los Estados Unidos no los excluye de que experimenten
algunos de los problemas de estos tales como: la desintegración familiar y el
discrimen por causa de su origen. Estados Unidos no se queda atrás. Muchos de sus profesionales y tecnócratas
están aceptando posiciones en los países árabes y asiáticos, como China y Dubái,
los cuales están en pleno estado de desarrollo. Estados Unidos los forma y los
demás países se benefician de ellos. No digo que eso esté mal, pero ¿por qué Estados
Unidos no abre sus ojos para ver el gran potencial que existe entre los
inmigrantes latinoamericanos? Es un asunto de educar para transformar. Nosotros
los latinoamericanos también tenemos cerebros que funcionan a la perfección.
Por último y no menos importante, los
inmigrantes también tienen que hacer su asignación en este proceso de ser
reconocidos como ciudadanos dignos. Usted, como inmigrante, no puede esperar
que el país al cual llega para quedarse se adapte a su cultura particular. Recuerdo
que mis padres, al llegar a Puerto Rico, nos dijeron: hagan todo lo que los
puertorriqueños socialmente ajustados hacen y no critiquen el país que los ha
acogido. Al llegar a un país diferente al suyo con el fin de residir
permanentemente en él, usted tiene una de tres opciones: integrarse, asimilarse
o vivir en exclusión. En el primer caso, integrarse, usted se puede adaptar a
su nueva comunidad adoptando ciertas conductas y valores por acomodo, pero que
en nada destruye las conductas y los valores del país que los recibe. Esto suele
suceder entre las personas que llegan a otro país en una edad más adulta.
La segunda opción es asimilarse,
en ese caso el inmigrante adopta totalmente la cultura del país que los recibe
hasta que llegan a ser adoptados totalmente por la sociedad en general. Esto
suele suceder con los niños y adolescentes. En mi caso particular, yo estoy
totalmente asimilada a la cultura puertorriqueña. La tercera opción, es vivir
en la exclusión. En este caso, los
inmigrantes permiten que su nueva comunidad los forcé a residir en lugares
determinados y los obliguen a incorporarse solamente a unas áreas determinadas
de trabajo y les nieguen otros derechos ciudadanos, tales como: la adquisición
de la ciudadanía, participación en los procesos políticos, derecho a recibir
servicios de salud y participar de un plan de seguridad social. Esta última
opción es inaceptable para mí por ser altamente discriminatoria.
Tenemos que
orar, pero también alzar nuestra voz para que el Congreso de los Estados Unidos
apruebe una ley que sea justa para todas las partes.
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