Ya he dicho y lo repito, la diferencia entre lo profano y lo
sagrado la creamos los humanos. Nuestra actitud o el uso que le damos a un objeto
es lo que dictamina si una cosa es buena o mala. Las drogas, por ejemplo, son
buenas en tanto y en cuanto sean utilizadas como medicinas. Una vez se utilizan
como escapismo se convierten en algo satánico. Otro ejemplo es el dinero. Hay
quien lo ve como un fin, pero otros lo vemos como un medio. El lenguaje juega
un papel importantísimo en este juego entre la santidad y la carnalidad. Para
una persona religiosa, no entender y aceptar lo anterior lo lleva a
experimentar un constante dilema. Desde esa perspectiva no se puede saber
cuándo nuestros deseos y acciones son aceptados por Dios. ¿Es el deseo de hacer
dinero algo aceptable para Dios?
La humanidad suele ser dividida en varias categorías para
fines de estudiar su conducta. Se me antoja que una de esas categorías tiene
que ver con la manera que enfocamos las actividades laborales. Hay personas que
se sienten más cómodas trabajando para otras personas. Pero hay otras que les
gusta trabajar por su cuenta. Los tales son denominados como empresarios. Los
empresarios son quienes les dan trabajo a las personas que no gustan trabajar
por su cuenta. El Diccionario de la Lengua Española tiene varias definiciones
para las palabras “empresa” y “empresario”. Tomando esas definiciones como
punto de partida, visualizo una empresa como un conjunto de tareas o acciones
encaminadas a lograr una misión determinada. Sin embargo, tengo que aceptar que
cuando se habla de actividad empresarial por lo regular la gente hace referencia a la realización de actividades
lucrativas. El hecho de que una organización tenga fines de lucro no
necesariamente convierte al empresario en un pecador. Se convierte en pecador
cuando, por hacer dinero, emplea actividades ilícitas o explota a sus semejantes y/o al ambiente.
El socialismo científico, como estructura económica, intenta
erradicar a los empresarios porque los considera explotadores. Sin embargo,
cuando Rusia implementó ese sistema se encontró con grandes dificultades. El
primer problema tuvo que ver con la demanda, la cual sobrepasó la oferta de
artículos y servicios. Eso provocó escasez en los mercados y, por consiguiente,
el malestar general del pueblo. Un segundo problema tuvo que ver con la falta
de creatividad en la fabricación de artículos. La gente se cansó de utilizar
los mismos productos y, sin que el gobierno pudiera evitarlo, el pueblo comenzó
clandestinamente a producir infinidad de productos. Podemos también apreciar esta conducta con el
pueblo de Israel. Dios le mandaba el maná todos los días, hasta que se cansaron
y pidieron codornices. El asunto es mucho más complicado, pero sirve para
ilustrar mi punto. El pecado no está en hacer dinero, sino en el cómo y el por
qué.
Yo provengo de una familia de empresarios. Por tanto, hija de
gato caza ratón. Para añadir, me casé con un empresario. Me resulta fascinante
fundar negocios y organizaciones sin fines de lucro. Eso se incrementó cuando
me convertí al Señor y comencé a leer la Biblia. Estoy convencida de que por
esa razón el Señor me llamó al ministerio en mis años de mayor productividad.
Pude desplegar todas mis habilidades y talentos y utilizar todos mis
conocimientos para levantar una iglesia y un centro de servicios a la
comunidad. La gente no le daba a ninguno de estos proyectos posibilidad de
éxito, pero como empresaria, yo sí se los vi. Ninguna de esas organizaciones
tenía (ni tiene) fines de lucro, pero la administré como si lo tuvieran. Enseñé
a los miembros de la iglesia a administrar las mismas siguiendo los principios
administrativos y financieros que emanan de la Biblia. Cuando terminé de
levantar esas obras, participé en el proceso de “sucesión al trono”, di media
vuelta y nunca más regresé. Entiendo que las personas que dejé al frente de estas
obras son las responsables de seguirlas administrando de forma eficiente. Mi
misión concluyó. Pensé que me había ganado mi retiro, pero ahora Dios me
muestra una nueva misión y le he dicho: “Heme aquí, envíame a mí”. Otra vez me
hice de un formidable equipo de trabajo y le estamos dando forma a una
iniciativa educativa. ¿Finalidad? Capacitar personas para que se conviertan en
empresarios dirigidos por Dios. La economía no le pertenece a Satanás, sino al
Señor. Y no hay nada malo en trabajar para ganar un sustento digno… ¿Me entendió?
Les dejo con algunas de las cosas que descubrí en la Biblia…
Dios le dio al humano la tarea de administrar la creación (no
de adueñarse de ella (Gn 1:27-28)…Para esos fines, nos dio una inteligencia
superior a las demás creaturas, talentos, fuerza física y dones espirituales.
No debemos esconder tales cosas por miedo a que él (Dios) no lo apruebe.
Tenemos que aceptar riesgos y poner los recursos a ganar dinero (parábola del
dinero), pero siempre recordando que Dios es el dueño del oro y la plata.
Tenemos que aprender a invertir el dinero, sabiendo que las inversiones rinden
al 30, al 60 y al 100 (parábola del sembrador). Eso es, no todo el mundo tiene
la misma capacidad productiva. Tenemos que confiar en el poder milagroso de
Dios, quien obra en lo imposible. Cuando estamos dentro de su voluntad, Dios
multiplica los panes y los peces. La unidad es importante para lograr una
victoria. Tenemos que comportarnos como el hombre de la parábola del amigo
impertinente. Tenemos que orar diariamente para que Dios nos ayude a conseguir
todo lo que necesitamos, pero también para “empujar” a otros a entrar al reino
de Dios. Estamos dados a dar buenos frutos, no uvas agrias (Mt 7:16-20). El
mundo necesita que le modelemos a Jesucristo para que crean y no se pierdan.
Tenemos que ser como el buen samaritano, pero sin caer en el error de fomentar
la vagancia, el mantengo y la jaibería (como dijo Pablo: “El que no trabaje,
que no coma”). Tenemos que revisar nuestras actitudes y elementos culturales
para que nuestra sociedad sea fundada en bases sólidas (la casa fundada sobre
la roca). Tenemos que abandonar la tendencia de actuar de forma compulsiva y
aprender a planificar para “terminar de construir la torre” que queremos (Lc.
14:28-30). Sin embargo, tenemos que trabajar, pero sin ansiedades (Mt 6:25-30).
Tenemos que aprender a redimir bien el tiempo porque no podemos detenerlo, ni
guardarlo ni adelantarlo. Nuestro deber es sembrar y esperar. El crecimiento de
la semilla lo da el Señor. No se trata de acumular riquezas, nadie se las lleva
cuando se muere y los que no trabajaron por ella son los que las disfrutan.
Tenemos que servir y no preocuparnos por ser servidos, Dios es quien da la recompensa, pero tampoco se trata de hacernos pobres para enriquecer a otros. Tenemos que ser como las vírgenes sensatas, quienes se mantuvieron vigilantes todo el tiempo. Tenemos que aprender a leer las señales de los tiempos. Tenemos que pagar nuestras deudas y, de ser posible, no pedir prestado. Debemos ser obedientes y no prometer lo que no vamos a cumplir. Tenemos que poner nuestras lámparas donde alumbren, no debajo de una mesa. Tenemos que ser como el mayordomo astuto, quien supo tomar decisiones bajo presión. Tenemos que hacer caso al mensaje de la parábola de los niños que juegan en la plaza. No prestemos atención a las críticas destructivas. El triunfo es una puerta estrecha y los que la anhelen, tiene que entrar por ella. Tenemos que echar la red y recoger de todo. Luego, sentarnos y separar lo bueno de lo malo. Evitemos la conducta del rico insensato. No miremos a los que ganan más que nosotros. Dios hace con lo suyo lo que le da la gana… La lista pica y se extiende. Lo importante en este momento, y con eso concluyo este artículo, es que hay que estar dispuesto a perder para ganar, sabiendo que quien está al lado del Señor siempre ganar… ¡Dios les bendiga!
Tenemos que servir y no preocuparnos por ser servidos, Dios es quien da la recompensa, pero tampoco se trata de hacernos pobres para enriquecer a otros. Tenemos que ser como las vírgenes sensatas, quienes se mantuvieron vigilantes todo el tiempo. Tenemos que aprender a leer las señales de los tiempos. Tenemos que pagar nuestras deudas y, de ser posible, no pedir prestado. Debemos ser obedientes y no prometer lo que no vamos a cumplir. Tenemos que poner nuestras lámparas donde alumbren, no debajo de una mesa. Tenemos que ser como el mayordomo astuto, quien supo tomar decisiones bajo presión. Tenemos que hacer caso al mensaje de la parábola de los niños que juegan en la plaza. No prestemos atención a las críticas destructivas. El triunfo es una puerta estrecha y los que la anhelen, tiene que entrar por ella. Tenemos que echar la red y recoger de todo. Luego, sentarnos y separar lo bueno de lo malo. Evitemos la conducta del rico insensato. No miremos a los que ganan más que nosotros. Dios hace con lo suyo lo que le da la gana… La lista pica y se extiende. Lo importante en este momento, y con eso concluyo este artículo, es que hay que estar dispuesto a perder para ganar, sabiendo que quien está al lado del Señor siempre ganar… ¡Dios les bendiga!
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