Friday, October 10, 2014

LA VENTAJA DE FRACASAR


Se pueden utilizar varias metáforas para describir la vida humana. Una manera de hacerlo es considerarla como una carrera que nos conduce a un destino final. Tal destino asume distancias y espacios diferentes para cada persona. Dado que casi todos queremos llegar a ciertas determinadas metas a lo largo de nuestra existencia, nos llenamos de ansiedades cuando vemos que el tiempo pasa y no logramos alcanzarlas. Es algo normal que nuestra autoestima se afecte por este asunto al punto que lleguemos a considerarnos personas fracasadas.   
          Detengámonos por un momento y pensemos en cuál es realmente nuestra meta final en esta vida terrenal. Si dejamos a un lado la fe religiosa, ¿acaso no es la muerte física? Eso suena fatalista y hasta nos lleva a perder los deseos de correr la carrera que tenemos por delante. Sin tener una fe trascendente de la cual agarrarnos, podemos llegar a la conclusión que todos los humanos, sin excepción, somos unos fracasados. Siempre terminaremos derrotados por la muerte. Bajo esas premisas, algunas personas sucumben a estilos de vida bizarros que terminan por destruirlas y por destruir el resto de la sociedad. Otras siguen luchando pero sin darle sabor a sus vidas. Debemos preguntarnos si realmente somos perdedores por el simple hecho de no alcanzar una meta soñada.   
Retomemos mi idea de ver la vida como una carrera. Al momento de comenzar una carrera, todo deportista se enfoca en ser un ganador. Dudo mucho que exista alguno que con alevosía y premeditación, quiera ser un perdedor. No obstante, es un hecho de que no todos llegaran a ocupar el primer lugar. Ahora les invito a meditar en una carrera desde la perspectiva de la fe que promueve el evangelio de Jesucristo. En este caso lo importante es mantenernos en la carrera y enfocarnos en llegar a la meta sin importar el orden de llegada. Según los diccionarios, los verbos ganar y perder son palabras antónimas. Sin embargo, desde la perspectiva de la fe trascendental ambas acciones son partes esenciales de un todo llamado triunfo. Eso lo dijo Jesús cuando explicó que él sería objeto de división en el mundo. Jesús pensó y actuó de manera diferente al resto de las personas de su mundo. Su filosofía de vida introdujo una nueva tabla de valores que chocaron de plano con los valores culturales de aquel entonces. Uno de esos cambios tuvo que ver con el cambio radical del concepto de la victoria. Los griegos y romanos eran excesivamente triunfalistas y los judíos eran vistos como perdedores por aquellos que los sometieron a su poderío. Pero Jesús les dijo: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:39). Dicho de otra manera, el Señor de la historia nos explica que muchas veces tenemos que perder cosas para ganar otras que son mucho más importantes y valiosas. Muy tristemente, en ocasiones ganamos cosas inútiles que a la larga nos llevan a perder cosas que por su valor eterno, valen la pena.  
Los libros que se han escrito para tratar el asunto del éxito no caben en un estante normal de una librería. Abundan las charlas, talleres y seminarios que tienen como finalidad convertirnos en personas triunfadoras. Algunos de estos libros y publicaciones tienden a minimizar a los que fracasan.  Los fracasados no solamente pasan por desapercibidos, sino que reciben un trato peyorativo dentro de las sociedades altamente materialistas como lo es la nuestra. Por esta causa es que la gran mayoría de las personas se abstienen de participar en proyectos nuevos. Sienten miedo de fracasar y eso los lleva a esconder sus talentos (leer la parábola de los talentos en Mateo 25:14-30).   
Dentro de una cultura que promulga el triunfalismo como la finalidad de la vida, todo anda bien en tanto y en cuanto las condiciones del ambiente socio-económico así lo permiten. Pero tan pronto comienzan a surgir problemas serios y la economía empieza a deprimirse, todo comienza a cambiar negativamente. Tales sucesos pueden llevar a  las personas de éxito a su derrumbamiento. Puede que se trate de un hombre de negocios que pierde una fortuna por razones fortuitas. Les sucede a las parejas que enfrentan divorcios. Lo leemos de artistas y deportistas que se ven sumidos en escándalos, en un político que se ve involucrado en un esquema de fraude, pueden suceder accidentes que trastoquen nuestros estilos de vida o inclusive, algunos personas acostumbradas a ganar mucho dinero, pero ahora viven en precariedad. Entonces es cuando comienza el proceso doloroso del señalamiento. Me pregunto: ¿Es que los fracasos nos convierten necesariamente en personas fracasadas? ¡Claro que no! Que tengamos una crisis económica y social no convierte a nuestro pueblo en un perdedor. Que tú hayas perdido tu casa porque no la pudiste pagar no te convierte en “homeless”. Que hayas perdido tu trabajo y no hayas podido conseguir otro en un tiempo razonable no implica que seas un don nadie o un gusano. Que nada de lo que haces parece dar resultado no implica que se acabaron las oportunidades. Lo que implica es que has sufrido un cambio que te está moviendo hacia otra dirección. Piensa en la siguiente realidad. El mundo se ha hecho relativamente pequeño debido al crecimiento poblacional. Lo mismo sucede con los recursos económicos, los cuales se han hecho extremadamente escasos debido a la explotación sin control de los mismos. Como resultado, tenemos que buscar nuevas alternativas para resolver nuestra crisis. El éxito no está en los logros, sino en la lecciones que aprendimos para hacerlos realidad. Esas lecciones son el resultado de los fracasos que experimentamos a lo largo de nuestras vidas. Ningún ganador logra la victoria hasta que no se arriesga a perder. Nuestros fracasos bien canalizados les proveen solidez a nuestra victoria.
Yo nunca he practicado ningún deporte, pero me gusta ver las competencias. En términos de las carreras como tal, estas se dividen en tres categorías:
Carreras de corta distancia. Aquí entran las carreras de 100, 200 y 400 metros. La máxima velocidad es lo importante. Los corredores tienen que mantenerse en su máxima velocidad si quieren ganar.
Carreras de media distancia. Hablamos de carreras desde 800 hasta 3,200 metros. Lo importante es mantener el ritmo durante la carrera. Se requiere una velocidad constante y no sufrir desgaste durante la carrera.
Carreras de larga distancia. Se trata de carreras desde 5000 metros hasta los maratones de 26 millas. La resistencia es lo más importante. A más larga son, mayores son los obstáculos que hay que superar.

La vida es una carrera que tiene sus duraciones y sus reglas. La Biblia dice que la vida promedio de un ser humano son 70 años y en los más robustos, 80. Por las razones que sean, algunas personas viven más años que otras. La muerte no escoge edad y solamente Dios sabe cuántos años tenemos para vivir. Tomando nuestro promedio de vida en esta tierra (somos muchos los que ya pasamos de los 70 años), podemos decir que nuestras carreras son de larga distancia. En este tipo de carrera no existe una pista uniforme para correr. Pasamos por zonas desérticas, montañas escalpadas, ríos crecidos, parajes cubiertos de nieve y tenemos que evadir muchos peligros. No podemos poner nuestra mirada en esas cosas, sino en la meta que nos espera. La consigna es la RESISTENCIA. Los obstáculos en el camino son muchos, pero el poder de Dios nos ayuda a superarlos. Nuestra misión en esta vida terrenal consiste en alcanzar una o varias metas intermedias sin que nos importe cuáles, cuándo, dónde, cómo y acompañado de quién las vamos a lograr. No hay metas pequeñas ni grandes. Todas son importantes para alcanzar el TODO. Tenemos que mantenemos dentro de la pista o de lo contrario perdemos. Una cosa que suena paradójica es que los corredores se van fortaleciendo a medida que van corriendo rítmicamente y a mayores son sus fracasos, mayores son sus oportunidades de alcanzar el éxito. Busque en la Internet las historias de las personas triunfadoras y verá que tengo razón. Esas historias están saturadas de experiencias de fracasos, grandes y pequeños. Ese descubrimiento demuestra que los fracasos no tienen por qué convertirnos en personas fracasadas. Aquellos que experimentan fracasos tienen una gran ventaja sobre aquellos que se jactan de no haberlos sufrido. Si fracasaste en alguna empresa o situación en tu vida, la experiencia se puede tornar en un trampolín para experimentar un camino mejor, a la luz de las experiencias vividas.  Solamente los que hemos fracasado conocemos el valor del triunfo.  El que de verdad fracasa es aquel que no se atreve a vivir y simplemente se conforma con existir.

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