Thursday, November 20, 2014

DIOS NO NECESITA NUESTRA DEFENSA, SINO NUESTRA OBEDIENCIA

            Hay dos temas sobre los cuales debatir puede resultar peligroso: religión y política. Se necesita tener sangre fría para no caer en discusiones estériles y hasta llegar a ofender a la persona o personas contra las cuales debatimos. Ambos se basan en ideales y creencias, cosas a las cuales solemos aferrarnos con uñas y dientes. Pensé en lo anterior cuando vi un video que publicaron en Facebook en estos días para combatir la incredulidad de algunas personas sobre la existencia de Dios. Los comentarios me remontaron a mis tiempos de agnóstica. La religión no era santo de mi devoción y nunca presté atención a las defensas que la gente hacía en torno a su fe. Solía decir: “Cada loco con su tema”.
            Realmente nunca fui atea. Criada dentro de un hogar cristiano (católico), hubo ciertos valores que se grabaron en mi mente. Tenía que ir a la iglesia por obligación so pena de ser castigada por las monjas del colegio. Exceptuando las historias que hacían sobre la persona de Jesús y algunos santos, casi todos los dogmas de fe que enseñaban chocaban contra mi razón. Intenté en varias ocasiones verbalizar mis dudas. Con muy pocas excepciones, logré respuestas satisfactorias. Gran parte de las veces lo que lograba era un “detention” (me dejaban sin disfrutar del período del recreo). Mis compañeros y compañeras de clase no entendían mi insistencia en preguntar, eso era una tontería para ellos.  Experiencias como esa no solamente minaron mi interés por la religión, sino que me tornaron rebelde contra la misma. No fue hasta la edad de 33 años que mi sentir en torno a los asuntos de fe cambiaron radicalmente, convirtiéndome en una creyente. No obstante, llevo cuarenta y dos años practicando el cristianismo protestante y aún continúo cuestionándome muchos asuntos relacionados con la cultura religiosa o la cristiandad en todas sus vertientes.
            La duda de la existencia de Dios permaneció en mi mente aún después de acepar el cristianismo como mi regla de fe. Me cuestionaba si mi conversión había sido un lavado de cerebro. Todos los domingos me sentaba en los primeros bancos de mi iglesia esperando descubrir la razón por la cual lloraba cuando escuchaba los cánticos y el mensaje de la ocasión. Además, me convertí en una voraz lectora de la Biblia y cuando la leía, sentía una hermosa presencia dentro de mis ser que superaba mi entendimiento. Con el correr del tiempo, la duda se disipó. Tal parece que Dios no tomó mis dudas en cuenta por cuanto me llamó al ministerio pastoral. Pero este asunto me llevó a pensar que en definitiva, nuestra voluntad de creer o no creer en Dios (como acto racional únicamente) no constituye cosa prioritaria para ser objeto de la salvación. La propia Biblia dice que Satanás también cree en Dios, y tiembla. ¡Por algo será! Eso me llevó a un nuevo cuestionamiento. ¿Qué es la salvación?
La búsqueda de una respuesta racional satisfactoria a la pregunta anterior me metió en otro laberinto teológico y hasta científico. Para no ir más allá de una duda razonable, elaboré una respuesta que aún me parece convincente. Sencillamente, un día me acosté ignorando a Dios por completo y al otro día me arrodillé ante su presencia. Algo sucedió en cierto determinado tiempo y espacio que obró en mí el comienzo de un proceso de transformación, tanto en mi manera de pensar como de actuar. Yo estaba ciega y de repente vi la luz. Ese es un milagro que no tiene explicación racional.
            Mi conversión al evangelio fue de gran sorpresa para mucha gente, incluyendo mis familiares. Me relacionaba con personas que se consideraban ateos dentro de mi círculo familiar y de amistades. En algunas de nuestras reuniones cotidianas, el tema sobre mi inesperada creencia en Dios salía casi obligado. Algunos comentarios estaban destinados a burlarse de mí. Otros llegaron a carecer de respeto hacia mi persona y hacia Dios. Así pasó hasta que un día tomé la decisión de parar la gente en seco al declararles que, como todo el mundo, yo tenía derecho de creer en lo que me venía en gana. Expliqué que Dios no buscaba mi defensa de su persona, sino mi obediencia a sus mandatos divinos. Yo decidí obedecerle y nadie me apartaría de ese propósito. Mi fe no estaba sujeta a discusión, pero estaba dispuesta a compartirla. Fin de toda discusión.
            Si mi conversión fue un enigma, mayor lo fue mi llamado al ministerio pastoral. Me fue difícil aceptar la idea de tener que estudiar una maestría en divinidades para ser considerada como candidata al ministerio. Lo consideré como otro asunto de pura obediencia. Luego entendí su importancia. Debía prepararme para hablar sobre las cosas de Dios, incluyendo explicarles a los creyentes la razón de ser de los postulados de la fe cristiana. Decidí no inventar la rueda, sino de descubrir lo que otros habían escrito y continuaban escribiendo sobre el particular. La curiosidad siempre me ha acompañado y reconozco que fue uno de los móviles que tuve para cursar mis estudios teológicos. La experiencia inicial de estudiar en un seminario teológico fue para mí equivalente a entrar a un espeso bosque teniendo como única brújula la fe que el Espíritu de Dios había sembrado en mí. La travesía, aunque larga y trabajosa, fue maravillosa. Solamente puedo asegurar que esos estudios me ayudaron a comprender mejor mi fe. Los conocimientos que había adquirido en otras áreas seculares del saber humano quedaron también iluminados. Los seminarios teológicos no tienen como objetivo ni dar ni quitar la fe de sus estudiantes. Tampoco niegan el papel que juega la razón en el proceso de entender la fe, simplemente proveen herramientas muy útiles. Declaro que recibí respuestas bastantes asertivas a muchos de mis interrogantes en cuanto a las creencias, no tan sólo cristianas, sino de otras religiones. 
            La apologética es una parte primordial de la teología (ciencia que busca el conocimiento de Dios). Constituye la búsqueda de pruebas que le pueden dar validez y alabanzas a una persona o cosa en particular. En el caso del cristianismo, constituyen defensas a sus formulaciones doctrinales. El desarrollo histórico de la apologética es tan larga como la historia humana. No obstante, la apología cristiana comenzó durante el primer siglo de la era cristiana y fue formulada por algunos de los apóstoles, según atestiguan los escritos del Nuevo Testamento. Los primeros apologéticos lo fueron Pablo, Judas y Pedro. Estos defendieron el cristianismo de las acusaciones de los judíos. A partir de ese momento y a medida que el cristianismo avanzaba por el mundo entonces conocido, hubo necesidad de defenderlo de las amenazas de otros enfoques culturales. Es sumamente interesante estudiar ese desarrollo porque está íntimamente ligado a la historia humana. La literatura apologética cristiana nos ayuda a entender las luchas que ha tenido que librar la iglesia cristiana institucional (en todas sus vertientes) para mantener su permanencia en el mundo. Ese intento de explicar lo inexplicable (Dios y sus actuaciones) ha provocado un enorme divisionismo que da pie para que los ateos sigan proclamando que Dios nos existe. La pregunta obligada es: ¿Existe un solo Dios o estamos a merced de varios dioses que luchan entre sí?
            Todo permite indicar, y la Biblia lo confirma, que nadie conoce quien es Dios y mucho menos conoce sus pensamientos. Hablamos de lo que no entendemos con nuestra razón y lo hacemos partiendo de nuestras propias experiencias de fe y desde nuestro marco cultural. Dios respeta nuestras diferencias y está por encima de cualquier cultura, algo que no debemos olvidar so pena de juzgar a los que no creen como nosotros. No obstante, los que creemos en Dios solemos declarar que Él conoce a profundidad cada ser humano. Esa declaración que acabo de hacer le causó gran perturbación a ciertos filósofos existencialistas, como sucedió con Jean Paul Sartre, quien visualizó a Dios como un fisgón. Cuando observamos todo lo malo que acontece a nuestro alrededor, lo normal es que uno se pregunte, ¿y dónde está Dios metido que permite esas cosas? Tal parece que Dios ve lo que sucede, pero prefiere mirar para otro lado y no involucrarse. Peor suele sucedernos cuando recibimos lo que creemos es una gran bendición de Dios y de repente la perdemos. ¿Se burla Dios de nosotros los humanos? Son preguntas existenciales que no pueden responderse con un simple cacareo teológico. No hay manera de defender a Dios y su manera de proceder. Los amigos de Job lo intentaron y lo que hicieron fue aumentar sus sufrimientos.
            La religión es y continuará siendo algo importante dentro de cualquier contexto cultural. Existe un movimiento ateísta en el mundo y quizá haya ganado adeptos, pero para mí, tal crecimiento no es significativo ni preocupante. Países como Rusia y China, inflamados por la ideología marxista, trataron de erradicar la religión y no lo lograron. A la postre, sus líderes tuvieron que hacerse de la vista larga y aunque bajo supervisión, han tenido que permitirle a la gente practicar sus religiones.
Si no mal recuerdo, fue Erich Fromm quien dijo que  la bondad o maldad de la religión es avalada por la gente. Esto es, una religión es buena si la gente la acepta. Pero me pregunto, ¿poseen los pueblos criterios adecuados para hacer tal tipo de evaluación? No lo creo. La gente está siempre a merced de sus líderes. Eso aplica a las organizaciones religiosas. Por esa causa me preocupa cuando un país mezcla su sistema político partidista con su sistema religioso o utiliza la religión para lograr amasar poder. El resultado es siempre el mismo: la guerra. Por eso siento preocupación por el llamado “estado islámico” compuesto por un grupo de insurgentes de algunas regiones de Irak y Siria. Esas personas, que ya suman alrededor de ocho millones, están dirigidas por unos líderes que proponen un gobierno teocrático dirigido por un califa. Su finalidad es controlar todo el Oriente Medio. Ni por un minuto vayan a pensar que se trata de un bonche de locos. Ese grupo está siendo expuesto a un proceso educativo bien articulado. Los ofrecimientos que hacen son excelentes para las personas que viven en ambientes caóticos y de extrema pobreza. El caos suele dar paso al establecimiento de las dictaduras. A ese grupo de personas se le inculca la importancia de la obediencia incondicional a Alá, nombre que los musulmanes le otorgan a Dios. Para los insurgentes, los judíos y cristianos somos infieles. Su objetivo no puede ser otro: destruirnos. Para los expertos en asuntos de política internacional, todo este asunto está matizado por los procesos macroeconómicos. Una nueva guerra es necesaria para fortalecer la economía capitalista. ¿Nos encontramos en la antesala de una nueva guerra?

Opino que los cristianos de este tiempo no debemos seguir luchando en contra de los incrédulos, sino prepararnos adecuadamente para combatir la nueva estratagema del maligno, quien utiliza la religión como instrumento de destrucción.  No se trata de creer en Dios, sino de creerle a Dios. Tenemos que retornar al estudio de la Biblia de forma sistemática, despojarnos de la comodidad, el egoísmo e individualismo que han sido fomentados por la cristiandad occidental y poner en práctica todas las enseñanzas de Jesucristo. 

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